SOBRE
EL INFINITO UNIVERSO Y LOS MUNDOS
Por Giordano Bruno
La
galaxia Magallanes, una de las millones de agrupaciones
estelares dispersas en un universo infinito como el
imaginado por Giordano Bruno en el siglo XVI.
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El
hereje errante. Breve Biografía de Giordano Bruno
Sobre
el infinito universo y los mundos. Diálogo I
La noche se incendia con miles de remotas lámparas. El poeta
se asombra y canta. El pensador se asombra también. Y piensa.
Y desciende a profundas corrientes subterráneas de intuiciones
y conceptos. Y medita en lo infinito, en los mundos finitos
que son contenidos dentro del continente sin fin de una mente
inconmensurable y divina. Giordano Bruno concibió un universo
ya no encerrado en una finitud esférica y movido por un motor
exterior como lo pensaba Aristóteles y la física medieval.
En el siglo XVI, su pensar heterodoxo pensó un universo infinito
cuyo movimiento surge desde dentro, a través de un principio
interior que, como el alma del mundo platónico, informa y
transmite movimiento a los diversos mundos y sus seres finitos.
La tendencia panteísta de la divinidad de Bruno, fue una de
las razones que constituyeron la imagen del Bruno herético,
perseguido por la Iglesia. Que finalmente lo apresó. Y lo
sometió a juicio. Para quemarlo vivo en el Campo d' Fiori
en el año 1600.
En
este momento de Textos Olvidados de Temakel, recuperamos al
Bruno como pensador de la infinitud, de un ser inmanente y
panteísta. Presentamos el diálogo primero de su fundamental
obra Sobre el infinito universo y los mundos, donde
Filoteo manifiesta la filosofía cosmológica del libre pensador
de Nola.
Como
señala Alexander Koyré en su obra Del universo
cerrado al universo infinito, el pensamiento de Bruno
fue de esencial importancia para el definitivo abandono del
mundo medieval y el salto hacia la universalidad de las leyes
naturales exploradas por la modernidad de la ciencia newtoniana.
En Bruno, el pensamiento no fue sólo la libre danza de las
ideas. Fue también un derrumbar con golpes apasionados de
inteligencia muros envejecidos que pretendían enclaustrar
la mirada.
Esteban
Ierardo
(Para
acercar una visión más amplia sobre la vida de Bruno, incluimos
también un breve texto de índole biográfica)
EL
HEREJE ERRANTE
(Breve
biografía elaborada
esencialmente en base a los siguientes textos: "Giordano
Bruno" de Michele Ciliberto, Laterza, Bari 1992; "Giordano
Bruno" de Giovanni Aquilecchia, Ist. Encicl. Ital, Roma
1971; ”El proceso de Giordano Bruno" de Luigi Firpo,
Salerno Edit.., Roma 1993.)
Esta pequeña reseña biográfica ha sido editada previamente
en giordanobruno.info
Giordano
Bruno nació en Nola,
cerca de Nápoles, en el año 1548, en una familia de modestas
condiciones. El padre, Giovanni, era militar de profesión y la
madre, Fraulissa Savolino, pertenecía a una familia de pequeños
propietarios de tierras. Le dieron el nombre de Filippo. Realizó
los primeros estudios en su ciudad natal, a la que amaba y a menudo
recordó luego en sus trabajos, pero en
1562 se trasladó a Nápoles donde hizo los estudios
superiores y tomó clases particulares y públicas de dialéctica,
lógica y mnemotecnia en la universidad. En
junio de 1565 decidió emprender
la carrera eclesiástica y entró, con el nombre de Giordano, en la
orden dominica de los predicadores en el convento de S.
Domenico Maggiore. Se hace notar que la edad de
17 años se consideraba bastante elevada, en el contexto, para
decisiones de este tipo. En el convento empezó pronto a
manifestarse el contraste entre su personalidad inquieta, dotada de
viva inteligencia y ganas de conocer, y la necesidad de someterse a
las rigurosas reglas de una orden religiosa: un año después
ya era acusado de
despreciar el culto de María y de los Santos y corría el riesgo de
ser sometido a medidas disciplinarias. Recorrió, por otra
parte, rápidamente, los varios grados de la carrera: subdiácono en
1570, diácono en 1571, sacerdote en 1572 (celebró su primera misa
en la iglesia del convento de S.Bartolomeo in Campagna), doctor en teología en
1575. Pero al mismo tiempo que estudiaba seria y
profundamente la obra
de Santo Tomás, leía
escritos de Erasmo de Rotterdam, rigurosamente prohibidos y cuyo
descubrimiento causó la apertura de un proceso local en su contra,
en el curso del cual emergieron
también acusaciones sobre dudas acerca del dogma trinitario. Era el
año 1576 y la inquisición ya venía dando desde hacía tiempo
clamorosos ejemplos de rigor y eficiencia por lo cual Bruno,
temiendo por la gravedad de las acusaciones, huyó de Nápoles abandonando
el hábito eclesiástico.
Tuvo
así inicio la serie increíble de sus peregrinaciones, durante las
que se mantuvo impartiendo lecciones en varias disciplinas
(geometría, astronomía, mnemotecnia, filosofía, etc.). En el arco
de dos años (1577-1578)
vivió en Noli, en Savona, en Turín, en Venecia y en Padua donde, a
sugerencia de algunos hermanos dominicos, aun sin
una formal reintegración a la orden, volvió a vestir el
hábito. Después de breves estadías en Bérgamo y en Brescia, al
final de 1578 se dirigió hacia Lyon pero, ya en el convento
dominico de Chambery, fue desaconsejado de permanecer
en aquella ciudad de frontera con los países reformados y
sujeta a particulares controles, por lo que decidió dirigirse a la
no lejana Ginebra, la capital del calvinismo.
Aquí
fue acogido por Gian Galeazzo Caracciolo, marqués de Vico,
desterrado de Italia y fundador de la comunidad evangélica italiana
local. Depuesto de nuevo el hábito y después de una experiencia
como "corrector de primera impresión” en una tipográfica,
Bruno adhirió formalmente al calvinismo y fue matriculado como
docente en la
universidad local (mayo de 1579). Ya en
agosto en cambio, habiendo publicado un librito en el cual
se estigmatizaba al titular de la cátedra de filosofía
evidenciando bien veinte errores en los que éste habría incurrido
en una sola lección, fue acusado de difamación y por lo tanto
arrestado, procesado y obligado a arrepentirse bajo pena de excomunión.
Bruno admitió su culpabilidad pero tuvo que dejar Ginebra, no sin
conservar
un fuerte resentimiento. Casi por reacción se dirigió
entonces a Tolosa, en aquellos años baluarte de la ortodoxia católica
en la Francia meridional, donde buscó, sin conseguirla, la absolución
con
un confesor jesuita, pero pudo conseguir en todo caso un
puesto de lector de filosofía en la
universidad
y por dos años comentó el "De anima" de Aristóteles.
En el 1581 dejó también Tolosa, donde se perfilaba un
recrudecimiento de las luchas religiosas entre católicos y
hugonotes y se fue a París donde dictó, en calidad de "lector
extraordinario" (los "ordinarios" debían asistir a
misa, cosa que a él estaba prohibida como apóstata y excomulgado)
un curso en treinta lecciones sobre los atributos divinos en Tomás
de Aquino. La noticia
del éxito del curso llegó hasta el rey
Enrique III, al
que Bruno dedicó enseguida (1582),
su "De umbris idearum" con el anexo "Ars memoriae"
consiguiendo el nombramiento como "lector extraordinario y
remunerado". La pertenencia al grupo de los "lecteurs
royaux" también le permitía cierta autonomía respecto de la
Sorbona, de la cual no dejó de criticar el conformismo
aristotélico. Es éste
un período de gran fecundidad en la producción filosófica y
literaria de Bruno, que
publica en breve sucesión el "Cantus circaeus", el
"De compendiosa architectura et complemento artis Lullii"
y "Il Candelaio". Con el favor del rey se convirtió en
"gentilomo" (pero bien pronto estimado amigo) del
embajador de Francia en Inglaterra Michel de Castelnau, que llegó a
Londres en
abril de 1583, y gracias al cual frecuentó la corte de la
"diva" Elisabeth. Continuó aquí
publicando obras importantes: "Ars reminiscendi",
"Explicatio triginta sigillorum" y "Sigillus
sigillorum" en único volumen y enseguida la "Cena delle
ceneri”,
"De la causa, principio et uno",
"De infinito, universo et mondi" y
"Spaccio della bestia trionfante". Al
año siguiente, siempre en Londres, dio a la imprenta “La cabala
del cavallo pegaseo" y "Degli
eroici furori”. Esta última obra, al igual que el “Spaccio”
es dedicada a sir Philip Sidney, sobrino de Robert Dudley conde de
Leicester. Algunos de estos textos reflejan las polémicas con
la universidad de Oxford y con una parte de la aristocracia inglesa.
En contacto con la famosa universidad oxoniense, empujado por la
impetuosidad de su carácter, durante un debate puso en
dificultades, sin mucho tacto, a un estimado docente: John Underhill,
y se volvió así antipático a una parte de sus colegas que no
dejaron de manifestar enseguida su animosidad. Obtenido en efecto,
después de algunos meses, el encargo de dictar una serie de
conferencias en latín sobre cosmología,
en las que defendió entre otras las teorías de Nicolás Copérnico
sobre el movimiento de la Tierra, fue acusado
de haber plagiado algunas obras de Marsilio Ficino y obligado
a interrumpir las lecciones. Pero más allá de los resentimientos
personales, entraban en conflicto con el clima cultural y religioso
de Inglaterra de aquel tiempo algunas ideas de fondo de Bruno, como
justamente su cosmología y su antiaristotelismo. El episodio
del día de las cenizas del 1584, 14 de febrero,
es significativo: Bruno había sido invitado por el aristócrata
inglés Sir Fulke Greville a exponer sus ideas sobre el universo.
Dos doctores de Oxford presentes, en vez de oponer argumento a
argumento, provocaron una encendida disputa y usaron expresiones que
Bruno consideró ofensivas, al punto de
inducirlo a despedirse del anfitrión. De este hecho nació
“La cena delle
ceneri", que contiene agudas y no siempre diplomáticas
observaciones sobre la realidad inglesa contemporánea, atenuadas
luego por la reacción de algunos que se sentían injustamente
implicados en tales juicios, en el siguiente "De la causa,
principio et uno." En los dos diálogos italianos, Bruno
contrasta la cosmología geocéntrica de corte aristotélico-tolemaico,
pero también supera las concepciones de Copérnico, integrándolas
con la especulación del "divino Cusano". Sobre la estela
de la filosofía de Cusano, en efecto, el Nolano imagina un cosmos
animado, infinito, inmutable, dentro del cual se agitan infinitos
mundos parecidos al nuestro. De nuevo en Francia, luego
del regreso de De Castelnau, Bruno se ocupó de un reciente
descubrimiento de Fabricio Mordente, el compás diferencial, para
presentar el cual escribió - por invitación del inventor - un
prefacio en latín en cuya redacción prevalecían de tal forma las
aplicaciones que Bruno hacía del instrumento para avalar sus tesis
filosóficas sobre el límite físico de la divisibilidad, que
oscurecían o reducían a un hecho mecánico la invención. Ofendido,
Mordente se apresuró a comprar todas las copias disponibles y las
destruyó. Bruno reavivó la polémica publicando
un diálogo de tono sarcástico titulado "Idiota triumphans seu
de Mordentio inter geometras deo" que indirectamente hizo más
difícil su permanencia en París, por ser
Mordente un católico ligado a la facción del duque de
Guisa, que en poco tiempo
habría alcanzado lo máximo de su parábola ascendente,
mientras que Bruno reafirmaba su fidelidad a Enrique III. Reacciones
negativas
suscitaron pronto en Cambray las tesis fuertemente
antiaristotélicas contenidas en el opúsculo "Centum et
viginti articuli de natura ed mundo adversos peripateticos"
discutidas en nombre del maestro por su discípulo J. Hennequin. La
intervención crítica de un joven abogado que Bruno sabía pertenecía
a su misma tendencia política, convenció al filósofo nolano de
que la permanencia en París no era ulteriormente posible. De nuevo
vagabundo por Europa, Bruno arriba en
junio de 1586 a Wittemberg, en Alemania, donde enseña por
dos años en la universidad local como "doctor italus", al
término de los cuales se despide
(también por el predominio en la ciudad de la tendencia
calvinista) con una "Oratio valedictoria" con la que
agradece a la universidad por haberlo acogido sin prejuicios
religiosos. La oración también contiene una calurosa alabanza a
Lutero por su
coraje al oponerse al superpoder de la Iglesia de Roma, lo
que tiene gran valor como defensa de la libertad religiosa, pero no
reniega de sus convicciones críticas
acerca de la doctrina luterana detectables en otras obras
(especialmente "Cabala" y "Spaccio"). Los
"heroicos furores" parecían a Bruno incompatibles con la
paulina teología de la cruz.
Después de una breve estadía en la Praga de Rodolfo II, al que
dedicó los "Articuli adversos mathematicos", al final de
1588 se dirige a Helmstedt donde, para poder enseñar en la local
"Accademia Iulia" adhiere al luteranismo. Pero los
problemas de fondo permanecen: no había pasado aún un año cuando
fue excomulgado por el
pastor local Gilbert Voet por
motivos no bien aclarados y que Bruno sostuvo que eran de naturaleza
privada. Fue
en esta
ciudad sin embargo que fueron publicadas gran parte de las
obras llamadas "mágicas": "De magia”, “De magia
mathematica", "Theses de magia", etc. El 2 de junio
de 1590 Bruno llega a Francfort donde pide pero no obtiene el
permiso de residencia y permanece precariamente hospedado en un
convento de carmelitas. Publicados tres poemas latinos, (De triplice
minimo, De mónade, De innumerabilis) , y después de algunos meses
de permanencia en Zurich donde dicta lecciones de filosofía, vuelve
a Francfort donde en la primavera del 1591 recibe dos cartas del
aristócrata
veneciano Giovanni Mocenigo que lo invita a Venecia para que
le enseñe el arte de la memoria. Los motivos
por los que Bruno se decidió a aceptar la invitación, con todos
los riesgos que implicaba un
regreso a Italia, son debatidos todavía entre los estudiosos.
Probablemente con razón, Michele Ciliberto está convencido de que
convergieran en esta elección una pluralidad de causas. Excomulgado
por las iglesias reformadas tanto como por la católica, en ruptura
con ambientes puritanos y con la facción entonces dominante en
Francia, era aislado e indeseado a nivel europeo. Tenía confianza
en la tradicional autonomía de la República véneta (donde de
hecho sobrevivían círculos aristocráticos orientados en sentido
"liberal") con respecto al papa, y aspiraba a la cátedra
de matemáticas de la universidad de Padua, entonces vacante, que más
tarde sería de Galileo Galilei. A estas consideraciones, además,
Ciliberto añade otra, directamente vinculada con los últimos
logros de la filosofía del Nolano: una suerte de fuerte
autoconciencia, de vocación en un sentido reformador, casi como si
se sintiese “un Mercurio enviado por los dioses” para
aclarar las tinieblas del presente. Una
cosa Bruno no había previsto –nota Filiberto- : "qué clase
de hombre era Mocenigo" (Giordano Bruno, op.cit. pág. 259 ).
Como quiera que sea, a fines de marzo de 1592 el inquieto peregrino
llega a casa de Mocenigo en Venecia. Después de algunos meses el
patricio veneciano, tal vez insatisfecho en su expectativa de
extraordinarias técnicas mágico-mnemónicas, quizás también
molesto por el carácter independiente de Bruno, que mal
se adaptaba a la condición de "famiglio" (siervo),
especialmente de una persona tan ignorante y presuntuosa,
(se aprestaba entre otras cosas a ir a Francfort para hacer
imprimir libros y continuaba esperando una cátedra en Padua),
contraviniendo las más
elementales reglas de la hospitalidad, encerró a Bruno en sus
habitaciones y lo denunció a la
Inquisición local afirmando
haberlo oído proferir blasfemias y frases heréticas. Después
de un par de meses, sin embargo, el proceso , que había sido
iniciado enseguida, se presentaba
bastante favorable a Bruno, que se había defendido
sosteniendo
haber formulado hipótesis filosóficas y no teológicas y
que por cuanto concernía a las cosas de fe se remitía plenamente a
la doctrina de la Iglesia, pidiendo perdón por alguna frase
desconsiderada que pudiera haber pronunciado. Además tuvo
atestaciones favorables o por lo menos no hostiles de parte de
muchos testigos del patriciado véneto. Cuando todo hacía esperar
una próxima absolución, al improviso llegó
de Roma la solicitud de traslado del proceso al tribunal
central del S. Oficio. La primera respuesta del senado, celoso
custodia de la autonomía de la Serenissima, fue negativa, pero tras
las insistencias vaticanas, en la consideración de que el inquirido
no era ciudadano veneciano y que su proceso se había
iniciado antes de su llegada a la ciudad lagunar (se hacía
referencia a los hechos del 1575) llegó al final el
“nulla-osta” y en
febrero de 1593 el peregrinar de Bruno acabó en una celda
del nuevo edificio del S. Oficio, hecho construir por Pio V
en las cercanías de Porta
Cavalleggeri. Del proceso, que se prolongó por bien seis
años
y durante el cual por una vez al menos se recurrió con toda
probabilidad a la tortura, nos queda un "sumario", hallado
extrañamente en el archivo personal de Pio IX y publicado por A.
Mercati en
1942. Se trata casi seguramente de una síntesis compilada
para uso de los jueces, que les permitía tener una visión de
conjunto que no era fácil lograr en el
gran fárrago de documentos originales. Un
fundamental estudio de este extracto se incluye en el libro de L.
Firpo "Il processo di Giordano Bruno", Nápoles, 1949, al
cual me remito por los detalles dramáticos y significativos del
intrincado procedimiento que, además de proveer numerosos datos
sobre la vida de Bruno, muestra el progresivo resquebrajamiento de
su tesis defensiva entre
el plano filosófico (en el cual afirmó haber solamente especulado)
y el teológico, que no le interesaba. Decisivo al respecto fue el
ingreso en el tribunal en 1597
del teólogo jesuita Roberto Bellarmino, llamado a examinar los
actos procesales y sobre todo las obras impresas para dilucidar
su contenido heterodoxo. Cuando el Nolano, que
durante el proceso había tratado de disimular, atenuar y a
veces hasta aceptado repudiar algunas de sus posiciones en más
abierto conflicto con la doctrina católica, se encontró frente a
la necesidad - para salvarse - de rechazar en bloque sus ideas,
juzgadas radicalmente incompatibles con la ortodoxia cristiana, se
obstinó en un firme y desdeñoso rechazo, y fue el fin. El
20 de enero de 1600 Clemente VIII, considerando ya probadas las
acusaciones y rechazando la solicitud de ulterior tortura presentada
por los cardenales, ordenó que el acusado, "herético
impenitente, pertinaz, obstinado", fuera entregado al brazo
secular. Eso significaba -a pesar de la presencia en la sentencia de
la usual hipócrita fórmula que invocaba la clemencia del
Gobernador- la muerte
en la hoguera. EL 8 de febrero la sentencia fue leída en la
casa del Cardenal Madruzzo y fue entonces que Bruno, como un
atendible testigo presencial (Schopp) refiere,
se volvió hacia los jueces y pronunció la famosa frase:
“Tal vez tenéis más miedo vosotros que
emanáis esta sentencia que yo que la recibo". El
siguiente jueves
17 de febrero de 1600 - año santo - fue conducido a Campo
de' Fiori con la lengua “in giova", es decir con una mordaza que
le impedía hablar y allí, desnudo
y atado a un palo, fue quemado vivo
apartando ostentosamente la mirada de un crucifijo, del cual
estaba compartiendo la suerte pero que le querían hacer aparecer
como verdugo. Había puesto en
práctica y desafortunadamente experimentado sobre su piel
una consideración hecha muchos años antes: "De donde importa
el honor, la utilidad pública, la dignidad y perfección del propio
ser, el cuidado de las
leyes divinas y naturales,
no te mueves por terrores que amenazan muerte". (Dialoghi
Ital., G. Gentile Florencia 1985, pp. 698-99.). En el sumario
del proceso están consignados los cargos (24) pero no los que se
consideraban probados en la sentencia, que sin embargo son así
referidos referidos por Schopp, de memoria:
1.
Negar la transustanciación;
2. poner en duda la virginidad de María;
3. haber permanecido en país de herejes, viviendo a su modo;
4. haber escrito contra el papa el "Spaccio della bestia
trionfante";
5. sostener la existencia de mundos innumerables y eternos;
6. afirmar la metempsicosis y la posibilidad de que un alma sola
informe dos cuerpos;
7. considerar la magia buena y lícita;
8. identificar el Espíritu Santo con el alma del mundo;
9. afirmar que Moisés simuló sus milagros e inventó la ley;
10.declarar que la sagrada escritura no es sino un sueño;
11.considerar que hasta los demonios se salvarán;
12.creer en la existencia de los preadamitas;
13.aseverar que Cristo no era Dios sino un embustero y un mago y
que con justicia fue ahorcado;
14.afirmar que también
los profetas y los apóstoles fueron magos y que casi todos
tuvieron mal fin.
De
estos errores, el cuarto resulta abiertamente infundado ya que el
"Spaccio" es más bien antiluterano que antipapista; las
vulgares invectivas contra Cristo, los profetas y los apóstoles de
los nn. 13 y 14 son evidentemente ecos de desahogos coyunturales de
una persona exasperada. Donde el contraste con la institución
aparece insalvable es más bien con el núcleo central de la
doctrina de Bruno, delineado en los puntos 5, 6 y 8. No es el caso
aquí de profundizar en el sistema filosófico del Nolano, pero el sólo
pensar que la Tierra, de centro de un limitado universo, objeto
específico y privilegiado de la acción creadora de Dios, se
convirtiera en un minúsculo puntito en un universo infinito y entre
mundos infinitos; que tal
universo es invadido y vivificado por un espíritu divino inmanente;
que en el continuo transformarse
de la vida, las almas, inmortales, informan cuerpos diferentes,
etc., hacía que las Escrituras, Cristo, la Virgen, los profetas y
las dogmas aparecieran como imperfectas sombras de una realidad que
la filosofía mostraba mucho más grande, y que a lo sumo servían
para mantener
tranquilos a los pueblos. Probablemente las ideas de Bruno no
habrían logrado nunca llegar a las masas, ni provocar cismas
lejanamente comparables al luterano; pero en definitiva se trataba,
en cierto sentido, de una tentativa de reemplazar por una nueva
"suma" del
universo, la tradicional de S. Tomás. Y éste fue considerado
un peligroso ejemplo, un atentado contra la supremacía de la teología
sobre la filosofía, de la religión sobre la razón.
(*)
(*)
Fuente: Biografía editada
en giordanobruno.info:
SOBRE
EL INFINITO UNIVERSO Y LOS MUNDOS
Por Giordano Bruno
DIÁLOGO
I
Interlocutores:
ELPINO, FILOTEO, FRACASTORIO Y BURCHIO
ELPINO
- ¿Cómo es posible que el universo sea infinito?
FILOTEO.
-¿Cómo es posible que el universo sea finito?
ELPINO.-
¿Pretendéis que esta infinitud sea demostrable?
FILOTEO.-
¿Qué clase de dilatación es ésta?
FRACASTORIO.
- Ad rem, ad rem, si iuvat; por demasiado tiempo nos
habéis
tenido en suspenso.
BURCHIO.
- Dadnos pronto alguna razón, Filoteo, porque me divertirá
escuchar esa fábula o fantasía.
FRACASTORIO.-
Modestius, Burchio; ¿qué dirías si, al final, la verdad te
convenciese?
BURCHIO.-
Aun
cuanto esto sea verdad, yo no quiero creerlo; porque no es
posible que este infinito sea comprendido por mi cabeza, ni
digerido por mi estómago; aunque, por así decirlo, bien
quisiera que fuese del modo como dice Filoteo,
porque, si por mala suerte, yo cayese fuera de este mundo, siempre
encontraría país.
ELPINO.
- Ciertamente, Filoteo, si queremos hacer juez al sentido o bien darle
aquella primacía que le corresponde, ya que toda noción tiene en
él
su origen, encontraremos tal vez que no es fácil hallar medio de
deducir lo que tu defiendes, sino más bien lo contrario. ahora, si os
place, comenzad a hacer que entienda.
FILOTEO.
-
No hay sentido que vea el infinito, no hay sentido al que se exija
esta conclusión, porque el infinito no puede ser objeto del sentido,
y por ello quien pide conocerlo por vía del sentido es semejante a
aquel que quisiese ver con los ojos la sustancia y la esencia; y
quien por ello negase la cosa - por no ser sensible o visible-,
vendría a negar su propia sustancia y ser. Por ende, debemos
pedir, según modos, testimonio del sentido; no le concedemos un
puesto más que en las cosas sensibles, y aun así no sin recelo, si
es que es no entra en el juicio unido a la razón. Al entendimiento le
corresponde juzgar y dar razón de las cosas ausentes o
alejadas por distancia de tiempo o de lugar. Y en esto no tenemos
testimonio suficiente del sentido, porque no tiene poder de
contradecirnos, y además hace evidente y manifiesta su impotencia e
insuficiencia por la apariencia de finitud que limita su horizonte, siendo tan
inconstante en las cosas que presenta. Ahora bien, como
por experiencia sabemos que nos engaña en la superficie de este
globo, debemos tenerlo como mucho mas sospechoso en lo que nos
hace comprender sobre el limite de la concavidad de las estrellas.
ELPINO.-Decid
entonces para qué nos sirven los sentidos.
FILOTEO.-
Para estimular a la razón solamente, para delatar, indicar y
testificar en parte, no para testificar en todo, y aun menos para
juzgar o para condenar. Pues aun cuando fuesen perfectos, nunca
estarán libres de alguna perturbación. De donde se sigue que la
verdad está, como en un frágil principio, en una pequeña
parte de los sentidos, pero no en los sentidos.
ELPINO-
¿Dónde está, pues, la verdad?
FILOTEO.-En
el objeto sensible está solamente como en un espejo, en la razón por
modo de argumentación y discurso, en el entendimiento por modo de
principio y conclusión, en la mente está en su propia y viva
forma.
ELPINO-.
Ea, pues, decid vuestra razones.
FILOTEO-.
Así lo haré. Si el mundo es finito y fuera del mundo nada hay, os
pregunto: ¿dónde está el mundo?, ¿dónde está el universo?
Aristóteles responde: está en sí mismo. La convexidad del primer
cielo es el lugar universal; y aquel, como primer continente no
esta en en ningún otro continente, porque el lugar no es sino la superficie y extremo del cuerpo
continente; de ahí se
sigue que lo que no tiene cuerpo continente no tiene lugar. ¿Qué
pretendéis entonces decir, Aristóteles, con esto: "el lugar esta en
sí mismo"? ¿Qué me harás concluir con "cosa
exterior al mundo"? Si dices que allí no hay nada, el cielo,
el mundo no estarán, ciertamente, en parte alguna.
FRACASTORIO.-
Nullibi ergo erit mundus. Omne erit in nihilo (Por consiguiente en
ningún lugar estará el mundo. Todo estará en la nada).
FILOTEO.-
El mundo será una cosa que no se encuentra en ninguna parte. Si
afirmas, - pues me parece seguro que tratas de decir algo para esquivar el
vacío y la nada - que fuera del mundo hay un ser
intelectual y divino, de suerte que Dios venga a ser el lugar de
todas las cosas, tú mismo te verás en graves aprietos para hacerme
entender como una cosa incorporal, inteligible y si extensión puede
ser el lugar de las cosas extensas. Y si dices que lo comprende
como una forma y a la manera como el alma comprende el cuerpo, no
respondes entonces a la pregunta sobre el exterior ni a la pregunta
sobre lo que se encuentra allende y fuera del universo. Y si quieres
excusarte diciendo que donde no hay nada de nada, tampoco hay lugar
ni más allá ni exterior, no por eso me satisfarás, porque esas
son palabras y excusas que no tienen cabida en el pensamiento.
Porque es realmente imposible, aun cuando tuviésemos otros sentidos y
fantasías, que puedas hacerme afirmar, con intención de
verdad, que existe tal superficie, tal margen, tal extremidad,
fuera de la cual no habría cuerpo o vacío; incluso si
pretendes que este Dios, pero la divinidad no está para llenar del
vacío y, por consiguiente, no existe, de ninguna manera, para
delimitar el cuerpo. Porque todo lo que se dice que delimita, o es
forma exterior o es cuerpo continente. Y dígaslo de la manera que
lo quieras decir, serás considerado difamador dela dignidad de la
naturaleza divina y universal.
BURCHIO-.
Ciertamente, creo que sería preciso decir a estos que si uno
extendiese la mano más allá de aquella convexidad, no estaría en
lugar alguno ni estaría en parte alguna, y, por consiguiente, no
tendría existencia.
FILOTEO.-
Agrego a lo dicho que no hay ingenio que no considere esta opinión
peripatética como una contradicción implícita. Aristóteles ha
definido el lugar no como cuerpo continente ni como cierto tipo
de espacio, sino como una superficie del cuerpo continente; y después
resulta que el primero, principal y máximo lugar es aquel
al que menos y en absoluto le cuadra tal definición. Ese lugar es
la superficie convexa del primer cielo, que es la superficie del
cuerpo, y de un cuerpo tal que contiene solamente y no es contenido.
Mas para hacer que esa superficie sea lugar no se exige que lo sea
del cuerpo contenido sino que lo que sea del continente. Si es
la superficie del cuerpo contenido es un lugar sin inquilino, puesto
que al cielo primero no le corresponde ser lugar si no es por la
superficie cóncava que toca la superficie convexa del segundo. He
ahí, pues, como esa definición es vana y confusa y se destruye a sí
misma. A esa confusión se llega por presentar la inconveniencia de
que fuera del cielo no hay nada.
ELPINO.-
Dirán entonces los peripatéticos que el cielo primero es
cuerpo continente por su superficie cóncava y no por la convexa y que
según aquélla es lugar.
FRACASTORIO.-
Y yo añado que entonces dónde se encontrará la superficie del
cuerpo continente no siendo lugar.
FILOTEO-.
En suma, para ir directamente a nuestro propósito, me parece que es
cosa ridícula decir que fuera del cielo no hay nada y que el cielo
está en sí mismo, alojado por accidente siendo lugar por accidente,
es decir, por sus partes. Y entiéndase lo que se quiera "por
accidente"; no podrá Aristóteles esquivar hacer de uno dos,
porque siempre son cosas diferentes lo que es continente y lo que es
contenido; y de tal manera diferentes que, según el mismo, el
continente es incorpóreo y el contenido corpóreo; el continente es
inmóvil y el contenido es móvil; el continente matemático, y el
contenido físico. Y sea lo que se quiere la superficie, siempre
preguntaré: ¿qué hay más allá de ella? Si se me responde que
nada, diré que eso es el vacío, lo inane; y que tal vacío no tiene
modo ni límite alguno ulterior, estando sin embargo delimitado
interiormente. Y esto es más difícil de imaginar que considerar al
universo como infinito e inmenso. Pues no podemos esquivar el vacío
si pretendemos poner al universo como finito.
Veamos
ahora si conviene que haya un espacio tal en el que no exista nada.
En ese espacio infinito se halla este universo -si por casualidad,
si por necesidad, si por providencia, no me preocupa por el
momento-. Pregunto si este espacio que contiene al mundo tiene mayor
aptitud de contener un mundo que otro espacio que esté más allá.
FRANCASTORIO.- Me
parece ciertamente que no, porque donde nada hay no hay diferencia
alguna; donde no hay diferencia no hay diferencia de aptitudes, y
tal vez no haya aptitud alguna donde no hay ninguna cosa.
ELPINO.-
Ni tampoco ineptitud alguna. Y de entreambas más bien aquella que
está.
FILOTEO.-Decís
bien. Así yo afirmo que como el vacío - que comporta necesariamente
esta opinión peripatética- no tiene aptitud alguna de recibir,
bastante menos la tiene de rechazar el mundo. Pero de estos dos
aptitudes a la una la vemos en acto, y a la otra no la podemos ver
en absoluto, como no sea con el ojo de la razón. Como, pues, en
este espacio, parigual a la grandeza del mundo -llamado materia
por los platónicos-, se encuentra este mundo, así otro cualquiera
puede estar en ese espacio y en innumerables espacios más allá de
éste e iguales a éste.
FRACASTORIO.-
Ciertamente, con más seguridad podemos juzgar a semejanza de este
que vemos y conocemos, que a semejanza del que, contrariamente, no
vemos ni conocemos. Esto es lo que razonablemente debemos concluir,
porque, según nuestro ver y sentir el universo, éste no tiene fin,
ni termina en el vacío, más allá del cual nada hay. Pues aun cuando todas
las demás razones fueses de igual valor vemos que la experiencia es
contraria al vacío y no a lo lleno. Diciendo esto siempre estaremos
excusados; pero diciendo de otro modo no esquivaremos, a la postre,
mil acusaciones e inconsecuencias. Proseguid, Filoteo.
FILOTEO.-Así,
pues, en el extremo del espacio infinito sabemos ciertamente que hay
aptitud para recibir cuerpos y no sabemos nada más. En todo caso
me bastará saber que no repugna (a la recepción), al menos en razón
de que donde nada hay nada ultraja. Falta por ver si es congruente o
no que todo el espacio esté lleno. Si consideremos tanto lo que
puede ser cuanto lo que puede devenir, hallaremos, no sólo
razonable, sino incluso necesario que esté lleno. A fin de que esto
sea manifiesto, os pregunto si está bien que ello sea así.
ELPINO.-Muy
bien.
FILOTEO.-
Así, pues está bien que este espacio, que es igual a la dimensión
del mundo - al cual lo quiero llamar vacío, y es semejante y no
diferente al espacio, del que tú dices que no es más que la
convexidad del primer cielo-, se encuentre totalmente lleno-
ELPINO.-
Así es.
FILOTEO.-
Además te pregunto: ¿crees que así como en este espacio se halla
esta máquina llamada mundo, así habría podido o podría estar la
misma máquina en otro espacio de este vacío?
ELPINO.-
Diré que sí, aunque no veo cómo podemos atribuir diferencias y
alteridad a la nada y vacío.
FILOTEO.-Estoy
seguro de que te das cuenta, pero no te atreves a afirmarlo porque
adviertes a dónde te quiero llevar.
ELPINO.-
Pues afirmarlo con seguridad, porque es necesario decir y entender
que este mundo está en un espacio, el cual, si no existiese el
mundo, sería indiferente a lo que está más allá de vuestro primer
móvil.
FRACASTORIO.
Seguid Filoteo.
FILOTEO.-
Por lo tanto, así como este espacio puede y ha podido ser y es
necesariamente perfecto por contener, como dices, a este cuerpo
universal, no menos perfecto puede y ha podido ser todo otro espacio.
ELPINO.
Lo concedo. Pero, por eso puede existir, puede haber existido?
¿Existe entonces, ha existido?
FILOTEO.-
Hare que, si quieres declararlo ingenuamente, afirmes que puede
existir, debe existir y que existe. Porque así como estaría mal
que este espacio no estuviese lleno, es decir, que no existiese
este mundo, así y no en menor grado, por estar libre de
diferencias, esta mal que todo el espacio no este lleno; y,
en consecuencia, las dimensiones del universo serán
infinitas, y los mundos innumerables.
ELPINO.-
¿Qué causa hay para que existan tantos mundos? ¿No basta con uno?
FILOTEO.-
Si está mal que no exista este mundo o que existiendo no se encuentre
lleno, ¿ello es en razón de este espacio o de otro espacio igual a
éste?
ELPINO.-
Afirmo que está mal en razón del mundo que está en este espacio, el
cual, indistintamente, podría hallarse en otro espacio igual a
este.
FILOTEO.-
Si bien lo consideras, todo esto viene a ser una misma cosa; porque la
bondad del ser corporal que existe en este espacio o
que podría existir en otro igual a este, es adecuada y apropiada a
la bondad conveniente y a la perfección de un espacio de tal clase
y magnitud como lo es este y otro igual a éste, y no es adecuada a
aquella bondad que puede existir en otros espacios innumerables
semejantes a éste; tanto más cuanto que si hay razón para que haya
un finito bueno, fuera de toda proporción hay razón para que hay un
infinito bueno; porque allí donde el finito está bien por
conveniencia y esencia, el infinito lo está por necesidad
absoluta.
ELPINO.-
El infinito es ciertamente bueno, pero incorporal.
FILOTEO.-
En que el infinito es incorporal coincidimos. Pero, ¿qué es lo que
hace que no convengan la bondad y la existencia del cuerpo infinito? O
¿qué repugnancia hay en que el infinito, implicado en
el simplicísimo e indivisible primer principio, no se encuentra
explicado en este simulacro suyo, sin fin ni términos, capaz de
mundos innumerables; que repugnancia hay en que venga explicado en márgenes tan augustos, de suerte que
parecería más bien vituperio
dejar de pensar que este cuerpo, que a nosotros nos parece vasto y
grandísimo, a los ojos de la divinidad no es más que un punto y aun
una monada?
ELPINO.-
Como en modo alguno la grandeza de Dios consiste en las dimensiones
corporales- omito decir que el mundo nada le añade-, así no podemos
pensar que la grandeza de su simulacro haya de consistir en la mole
mayor o menor de las dimensiones.
FILOTEO.-
Decís bastante bien, pero no respondéis al nervio de la
argumentación; porque yo no reclamo un espacio infinito - y la
naturaleza no tiene un espacio infinito- por la dignidad de la
extensión y de la masa corporal, sino por la dignidad de la
naturaleza y de las especies corporales, porque de una manera
incomparablemente mejor se presenta la excelencia infinita en
individuos innumerables que en individuos numerables y finitos. Por
eso es necesario que del inaccesible rostro divino el simulacro sea
infinito y que en este, como miembros infinitos, se encuentren
mundos innumerables, cuales son los otros: los miembros propios de
la divinidad. Por ello, mediante innumerables grados de perfección-
que expliquen por modo corporal la excelencia divina incorporal-,
deben existir individuos innumerables, cuales son estos grandes
animales, -uno de ellos es la tierra, madre divina que nos ha parido
y nos alimenta y, más tarde, volverá a acogernos-; así, para
contener estos mundos innumerables se requiere un espacio infinito.
Al igual que está bien que este mundo haya existido y pueda
existir, así no está menos bien que, pudiendo existir, existan
mundos innumerables similares a éste.
ELPINO.-
Diremos entonces que este mundo finito con estos astros finitos
comprende la perfección de las cosas todas.
FILOTEO.-
Podéis decirlo, más no probarlo; porque el mundo que está en este
espacio finito comprende la perfección de las cosas finitas que están
en este espacio, mas no las infinitas perfecciones que pueden existir en los otros espacios
innumerables.
FRANCASTORIO.-
Por favor, detengamos y no hagamos como los sofistas, que disputan
para salir victoriosos y, mientras no dejan de mirar a la palma,
impiden que unos y otros lleguen a comprender la verdad. No puedo
creer que haya pérfido tan obstinado que incluso pretenda negar que-
dada la naturaleza de un espacio que puede comprender infinitamente
y dada la naturaleza de la bondad individual y numérica de los
mundos infinitos que pueden estar comprendidos en el espacio al
igual que este que conocemos- cada uno de los mundos posea la
naturaleza de una existencia congruente. Porque un espacio infinito
tiene una aptitud infinita y en esa aptitud infinita se aloja un
acto infinito de existencia; por eso el infinito eficiente no es reputado
deficiente, ni la aptitud ineptitud. Conténtante, pues,
Elpino escuchando otras razones si es que acuden a Filoteo.
ELPINO.-
Veo bien, a decir verdad, que afirmar que el mundo- cual vos decís
del universo- es ilimitado no comporta inconveniente alguno y
viene a librarnos de angustias innumerables en las que no vemos
envueltos por la opinión contraria. Particularmente se que no es
preciso, junto con los peripatéticos, afirmar, a veces, cosas que
desde nuestro punto de vista no tienen fundamento alguno: así si
queremos, después de haber negado el vacío tanto fuera como dentro
del universo, responder a la pregunta de dónde está el universo,
y decimos que está en sus partes, por temor a decir que no está en
ningún sitio,
como es el caso cuando se dice nullibi, nusquam. Mas no se puede
impedir que de alguna manera sea necesario decir que las partes se
encuentran en algún lugar y que, sin embargo, el universo no está
en lugar ni espacio alguno; pues esta opinión, como todos ven,
no puede estar fundada en razón alguna, sino que significa
manifiestamente una obstinada huida, para no confesar la verdad
concediendo la infinitud al mundo y al universo o al espacio; de
ambas posiciones negación del vacío y localización del universo
en sus partes, procede la confusión que les posee. Afirmo, pues,
que si el todo es un cuerpo y cuerpo esférico, y por consiguiente
figurado y delimitado, es necesario que esté delimitado en un
espacio infinito. Si queremos decir que este espacio infinito es
nada, es preciso conceder el verdadero vacío, pero si existe no
tiene una menor capacidad de mundos en el todo que en esta parte que
vemos; si no existe, debe entonces existir el lleno y por
consiguiente ser infinito. Y no es menos tonto decir que el mundo
está alicubi, cuando se ha dicho que fuera de él no hay
nada, e igualmente que está en sus partes, como si alguien dijese
que Elpino está alicubi porque su mano está en su brazo, el
ojo en su cara, el pie en la pierna, la cabeza en su torso. Mas para
concluir y no conducirme como sofista, que se demora en las
dificultades aparentes y para no negar; es decir, o que pueden
existir infinitos mundos semejantes a éste en el espacio infinito,
o que este universo extiende su capacidad y comprensión a muchos
cuerpos, cuales son éstos a los que se llama astros; e incluso que
-ya sean semejantes a desemejantes estos mundos- no con menor razón
sería mejor que existiese un mundo en vez de otro, porque no tiene
menos razón de existir el uno que el otro, infinitos que muchos. De
ahí que, así como estaría mal la supresión y la no existencia de
este mundo, asimismo no estaría bien la no existencia de otros
mundos innumerables.
FILOTEO.-
Digo que el universo es todo el infinito, porque no tiene márgenes,
términos ni superficies que lo limiten; afirmo que el universo no
es totalmente infinito, porque todas las partes que podemos
considerar en él son finitas y cada uno de los mundos innumerables
que contiene es finito. Afirmo que Dios es todo él infinito,
porque rebasa todo término y todos sus atributos son uno e
infinito, y afirmo que Dios es totalmente infinito, porque el
está en todo el mundo y está infinita y totalmente en cada una de
sus partes, al contrario de la infinitud del universo, que está
totalmente en el todo y no en las partes- si es que refiriéndose al
infinito pueden ser llamadas partes-, que podemos comprender
en él.
ELPINO-.
Ahora bien, vos que tenéis principios propios con los que afirmáis
la unidad, es decir, que la potencia divina es infinita intensiva y
extensivamente y que el acto no es distinto de la potencia y que,
por ello, el universo es infinito y los mundos innumerables; al
igual que no negáis lo contrario; el hecho de que en realidad cada
uno de los astros u orbes, como te gusta decir, es movido en el
tiempo y no en el instante eterno; mostrad con que términos y
resoluciones salvaréis vuestras opiniones y eliminaréis las
opuestas, por las cuales juzgan y concluyen lo contrario de los vos
juzgáis.
FILOTEO.-
Para resolver lo que indagáis debéis primero advertir que siendo
el universo infinito e inmóvil no es preciso que busquemos su
motor; segundo, que siendo infinitos los mundos contenidos en él,
así las tierras, las estrellas y otras especies de cuerpos llamados
astros, todos ellos se mueven por un principio interior, que es su
propia alma, como lo hemos probado en otro sitio, de ahí que sea en
vano andar buscando su motor extrínseco; en tercer lugar, que estos
cuerpos mundiales se mueven en la región etérea y no están más
fijos ni clavados en cuerpo alguno de lo que lo está la tierra, que
es uno de esos cuerpos, por ello podemos probar de este modo que,
por el interior animal ínsito, circunda el propio centro y el sol,
de varias maneras. Provistos con
tales advertencias, y siguiendo nuestros principios, no nos vemos
forzados a demostrar que haya un movimiento activo ni pasivo de
virtud infinita intensivamente, porque aunque el móvil y el motor
son infinitos, el alma moviente y el cuerpo movido coinciden en un
sujeto finito: en cada uno, digo, de estos astros mundiales. De tal
suerte que el primer principio no es lo que mueve, sino lo que,
quieto e inmóvil, da el poder de moverse a mundos infinitos e innumerables, animales estos grandes y
pequeños puestos en la vasta región del universo. Cada uno de ellos,
según las condiciones de su
virtud propia, tiene la razón de la movilidad, la motilidad y otros
accidentes. (*)
(*)
Fuente: Giordano Bruno,
Diálogo I de Sobre el infinito Universo y los Mundos,
Madrid, Biblioteca Nueva, 1997, pp. 167-179 (edición Ignacio
Gómez de Liaño).
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