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Peirce
Pragmatismo, Semiótica y Realismo
Guido Vallejos. Master en Filosofía (Michigan State University). Doctor
(c) en Filosofía (University of Essex). Profesor Departamento de
Filosofía. Universidad de Chile.
Cinta de Moebio No.5. Abril de 1999. Facultad de Ciencias Sociales.
Universidad de Chile.
http://rehue.csociales.uchile.cl/publicaciones/moebio/
Introducción
En este trabajo intentaré clarificar la concepción que Peirce
tenía del pragmatismo. En el curso de dicha clarificación emergerá con
cierta evidencia que la versión peirceana del pragmatismo no sólo es
compatible con lo que él denomina un realismo escolástico (en adelante,
me referiré a esta posición con la expresión más simple de “realismo”),
sino que incluso la versión peirceana sólo puede tener sentido en el
marco ontológico del realismo. Lo anterior, pese a estar explícitamente
declarado en algunos textos de Peirce, especialmente en los que
corresponden a las conferencias que dictó en su fase más madura, no ha
sido suficientemente enfatizado por muchos filósofos quienes asocian la
noción de pragmatismo con una especie de antirrealismo ontológico, el
que, a su vez, está estrechamente relacionado al instrumentalismo
epistemológico que generalmente se adscribe a las posturas
pragmatistas. Lo anterior lleva inevitablemente a asociar a Peirce –del
mismo modo que sucede con Quine– con alguna suerte de holismo.
Como el lector versado en los temas actuales de la filosofía de la
mente y del lenguaje podrá inferir al finalizar la lectura de este
trabajo, la propuesta de interpretación que aquí se hace para la
versión específica del pragmatismo propuesta por Peirce y su conexión
con el realismo tiene ciertas consecuencias que podrían llevar una
revisión radical de la frecuente adscripción de Peirce o bien al
holismo de la confirmación o bien al holismo semántico (cf. Fodor y
Lepore 1992, Cap. 2). Si es posible mostrar que el pragmatismo de
Peirce es compatible con el realismo, podría incluso abrirse la
posibilidad de que las propuestas semánticas que emergen de esta
concepción metafísica de Peirce tuvieran un fuerte componente atomista.
Por otra parte, y esto solamente lo mencionaré en esta introducción,
puesto que es objeto de consideraciones más extensas y en un contexto
problemático más amplio que el abarcado por el presente trabajo, frente
a la clasificación y tratamiento más reciente, profundo y exhaustivo
del problema holismo v/s atomismo propuestos por Fodor y Lepore 1992,
la doctrina de Peirce se manifiesta renuente tanto a la clasificación
como al modo en que los autores consideran el problema semántico en
cuestión.
1. La Noción de Pragmatismo de Peirce: Una Primera Aproximación
El pragmatismo de Peirce reviste características especiales que lo
diferencian de las versiones populares que se difunden teniendo como
base algunos de los trabajos de James y Dewey. Si se tienen presentes
las Lectures on Pragmatism (1903) (Conferencias sobre Pragmatismo. En
lo que sigue me referiré a este texto bajo la denominación abreviada de
Conferencias) y el artículo "What Pragmatism Is" (1905) no es poco
plausible pensar que al comenzar el siglo Peirce tenía como uno de sus
propósitos filosóficos primarios precisar la concepción de pragmatismo
que él había propuesto en los artículos "The Fixation of Belief" (1877)
y "How to Make our Ideas Clear" (1878). Los motivos aparentes para este
esfuerzo clarificador radicaban en el hecho de que la palabra
"pragmatismo" estaba siendo usada por otros pensadores para designar
concepciones que eran totalmente extrañas a las que Peirce quería
transmitir cuando en los artículos antes señalados hizo la presentación
original de su doctrina. Con el objeto de diferenciar su doctrina de
las advenedizas, Peirce propone en su artículo de 1905 rebautizar su
propia doctrina con el nombre de Pragmaticismo:
"Pero hoy en día la palabra [pragmatismo] comienza a encontrarse
ocasionalmente en las revistas literarias, donde se abusa de ésta del
modo inmisericorde que cabe esperar cuando las palabras caen en enredos
literarios... De modo, entonces, que el que esto escribe, encontrando
su naciente "pragmatismo" promovido de tal manera, siente que es hora
de dar a su hijo un beso de despedida y liberarlo a su destino más
alto; mientras tanto, y para servir el propósito preciso de expresar la
definición original, le place anunciar el nacimiento de la palabra
"pragmaticismo", la que es lo suficientemente fea para estar a salvo de
eventuales raptores" (5.414).
A pesar de que Peirce dirige explícitamente sus ataques a los usos que
ha encontrado en las revistas literarias, afirmando que las
concepciones del mismo nombre sustentadas por James y Schiller son
compatibles con las que él sostiene, es plausible pensar que, al
pretender precisar su propia concepción, Peirce quería diferenciar su
punto de vista del que sostienen los autores mencionados especialmente
de James. Este trabajo no pretende, sin embargo, comparar las
diferentes versiones del pragmatismo para establecer los rasgos que las
diferencian de la versión peirceana.
Es claro, que al menos en las conferencias de 1903 y en el artículo de
1905, Peirce quiere clarificar su propia versión con el objeto de
liberarla de interpretaciones que tiendan a hacerla confusa. Lo
anterior se deriva de la máxima contenida en sus artículos de 1877 y
1878. Como el mismo Peirce parafrasea su propia máxima:
"Considera los efectos que tú concibes en el objeto de tu concepción
que pudieran tener importancia práctica. Entonces tu concepción de esos
efectos es la TOTALIDAD de tu concepción del objeto" (5.422).
De la formulación anterior de la máxima pragmática puede desprenderse o
bien que una concepción tiene que ser probada por sus efectos
prácticos, o bien que una concepción es significativa porque tiene
consecuencias ventajosas, o bien que una concepción cuyas consecuencias
sean exitosas será verdadera. Aunque es posible derivar formulaciones
que, como las enunciadas más arriba, exhiben un carácter pragmatista a
partir de la máxima temprana de Peirce, hay que reconocer también que
tales formulaciones son ambiguas y están abiertas a varias
interpretaciones que pueden ser contrarias a lo que Peirce quiso
expresar mediante la máxima citada. Para evitar estas interpretaciones
confusas, Peirce necesita aclarar tanto como sea posible su concepción
del pragmatismo. La intención de llevar a cabo ese trabajo aclaratorio
se hace evidente en las Conferencias y en el artículo de 1905. En las
Conferencias de 1903 Peirce enfatiza que aquello que él entiende como
las consecuencias prácticas de una concepción puede caracterizarse como
la tendencia que tiene dicha concepción para evitar sorpresas en el
futuro. Las sorpresas se entienden como una súbita crisis de la
experiencia. Para Peirce la experiencia se caracteriza por su carácter
fluyente. Cuando las cosas en el mundo acaecen como esperamos que
acaezcan, entonces el flujo de la experiencia no está en peligro de ser
interrumpido y, en consecuencia, no hay sorpresas. Pero el flujo de la
experiencia puede interrumpirse por un evento que no esperábamos. En
ese momento nuestros hábitos son insuficientes para salir del paso y
nos vemos obligados a pensar con el objeto de restaurar el flujo de
nuestra experiencia. Tenemos que formular hipótesis y evaluarlas con
miras a cambiar o modificar nuestras anteriores creencias. Lo anterior
no parece ser suficiente. En efecto, debemos, además, establecer, a
partir de la revisión de los resultados de la acción concreta, si las
nuevas creencias asumidas pueden considerarse como expectativas que se
adecuan a lo que en el futuro puede acaecer en el mundo.
De acuerdo a lo expresado, el proceso de indagación tiene como punto de
partida la interrupción del flujo de la experiencia y es seguido por la
formulación y evaluación de hipótesis, para finalizar en la fijación de
una creencia. Dicha creencia puede caracterizarse como una expectativa
respecto de cómo se comportará el mundo en nuestras futuras
interacciones con él.
Así concebida la creencia fijada es un hábito o esquema de acción,
puesto que, en última instancia, hace posible la predicción del cauce
futuro de la experiencia. Lo que Peirce dice en sus artículos de 1877 y
1878 acerca de la duda o la irritación, la creencia y el hábito
adquieren mayor sentido cuando se conecta con el objetivo práctico de
restaurar y mantener el flujo experiencial. La indagación presupone
pensamiento y si pensamos debido a que el flujo interrumpido de la
experiencia nos obliga a ello, entonces, como lo afirma Peirce,
pensamos para poder parar de pensar; esto es, pensamos para sumergirnos
nuevamente en el flujo de la experiencia que no requiere del esfuerzo
de pensar.
Alguien podría decir que no hay nada nuevo en la tosca caracterización
del pragmatismo de Peirce que se ha esbozado en los párrafos
precedentes. Sin embargo, debe decirse que la originalidad de la visión
de Peirce no está en su caracterización del objetivo de la indagación,
sino en el modo en que caracteriza el proceso mismo de indagación, esto
es, el modo en que se alcanza el objetivo o el propósito de la
indagación. Esto, en mi opinión, no está tan claramente expresado en el
artículo de 1905, sino que se presenta en forma más cuidadosa y
detallada en las Conferencias. Allí Peirce muestra que los estadios del
proceso de indagación pueden caracterizarse siguiendo su clasificación
de las partes que, a su juicio componen la filosofía, a saber: la
Fenomenología, la Ciencia Normativa y la Metafísica. Teniendo presente
que Peirce considera los pensamientos como signos, las nociones
provenientes de la semiótica están presentes a través de toda su
exposición del pragmatismo. En lo que sigue presentaré una versión
simplificada de los estadios de la indagación que él distingue en las
Conferencias; a saber, los estadios de la Fenomenología, la Ciencia
Normativa y la Fenomenología. Sin embargo, teniendo presente la
apelación constante de las nociones provenientes de la semiótica en los
tres estadios, la primera sección de este trabajo estará dedicada a
explicar algunas nociones básicas de la teoría de los signos de Peirce
y a explicar por qué el rol de los signos es de importancia central en
la concepción que Peirce tiene del proceso de indagación.
2. Pensamientos y Signos
Según Peirce, "no tenemos ningún poder de pensamiento sin signos"
(5.206). En principio el proceso de indagación puede caracterizarse
como un proceso que opera en virtud de la manipulación de signos (o
"pensamientos–signos" [5.283]). De acuerdo a Peirce, el pensamiento es
continuo, es decir, en la continuidad del pensamiento los
pensamientos–signos están en permanente flujo. Un pensamiento lleva a
otro y éste a su vez a otro y así sucesivamente. Pero en el proceso de
indagación, gatillado por la obstaculización del flujo de la
experiencia, ejercemos un control sobre la continuidad del pensamiento.
Dicho control hace posible constreñir las asociaciones de pensamiento.
Es dicho constreñimiento el que caracteriza a la inferencia. Diré más
acerca de la inferencia en las secciones siguientes; lo que me interesa
enfatizar por ahora es la caracterización que hace Peirce de la
inferencia como una asociación de pensamientos–signos que está
controlada por ciertas normas provenientes de la lógica.
Pero un signo no solamente está asociado a otros signos en el
pensamiento. También está conectado con las cosas, las que son
caracterizadas por Peirce como los objetos de los signos o el
suppositum por el cual está el signo. Sin embargo, un signo no puede
estar por un objeto en todos sus respectos, sino solamente por alguno
de sus aspectos. Por ejemplo, para utilizar un ejemplo bien conocido,
las expresiones "el lucero matutino" y "el lucero vespertino" tienen
como su objeto al plantea Venus, pero cada una de estas expresiones
está por Venus en algún respecto particular. Este respecto particular
es lo que Peirce llama el ground o fundamento del signo. Peirce no
concibe el ground no como una cualidad existente en el objeto en forma
independiente de la mente, sino como un objeto de la conciencia
inmediata (véase 5.286) que determina la constitución del signo. Aunque
la naturaleza del ground es un problema que todavía es tema de debate
entre los estudiosos de Peirce que están especialmente interesados en
su teoría semiótica, puede ejemplificarse el rol del ground en la
constitución de un signo mediante la situación particular en que
alguien formula un juicio perceptivo. El juicio perceptivo actúa en
este caso como el signo que se constituye y debe diferenciarse de la
aserción de dicho juicio perceptual, la cual implica la emisión de una
oración (veáse 5.029 y 5.030). Supongamos que alguien en una noche muy
obscura ve con gran dificultad algo con apariencia de animal que parece
tener ojos verdes brillantes. A partir de este percepto la persona
juzga que lo que está viendo es un gato. El objeto inmediato de su
percepto y que sustenta su juicio perceptivo es el ground. El ground es
una cualidad o atributo general que es diferente del predicado que
usamos en el juicio perceptivo. El ground es el elemento que hace
posible el acuerdo entre el juicio perceptual y aquello a lo que el
juicio perceptivo se refiere. Siguiendo la caracterización que Peirce
hace del ground en 1.551, podemos especificar el percepto como sigue:
"Hay una mancha negra con dos puntos brillantes verdes y esa mancha encarna la gatidad".
Tal especificación del percepto es distinta del juicio perceptivo
"Esto es un gato".
El juicio perceptivo incluye a un individuo como una instanciación del
predicado "gato". La especificación del contenido del percepto implica
el reconocimiento de la cosa como encarnando la cualidad abstracta de
la gatidad. El juicio expresa una relación lógica, mientras que el
percepto reconoce un hecho ontológico. Si el juicio hace referencia al
objeto, se necesita el ground para determinar a qué aspecto del objeto
se refiere el juicio.
Peirce caracteriza la noción de signo como sigue: "Un signo o
representamen es algo que está para alguien por algo en algún respecto
o capacidad. Apela a alguien, esto es, crea en la mente de esa persona
un signo equivalente o quizás un signo más desarrollado. Ese signo que
crea lo llamo el interpretante del primer signo. El signo está por
algo, su objeto. Está por ese objeto no en todos los respectos, sino
por referencia a un tipo de idea a la que he llamado algunas veces el
ground del representamen" (2.228).
Es importante enfatizar aquí que la relación triádica entre el objeto,
el ground y el representamen es lo que hace posible la creación de otro
signo en la mente del intérprete. Este otro signo es denominado por
Peirce el interpretante del signo inicial. Al comenzar esta sección
dije que la asociación de pensamientos–signos en la continuidad del
flujo de la mente está de alguna manera controlada en el proceso de
indagación y que es este control lo que hace posible la inferencia. La
inferencia puede caracterizarse como el tránsito de un
pensamiento–signo a otro. Podemos caracterizar ahora la inferencia como
el tránsito desde un signo constituido en la relación objeto, ground y
representamen hacia su interpretante.
Hay diferentes signos que se utilizan en la indagación y cada uno de
estos diferentes tipos de signos explicitan en diferentes grados la
determinación que ellos ejercen sobre la creación de su interpretante
correspondiente. Diré mucho más acerca de los tipos de interpretantes y
los tipos de inferencia en la sección 4 de este artículo. Lo que me
interesa enfatizar por ahora es que el interpretante puede ser
concebido como la conclusión de un proceso de inferencia.
Peirce concibe también el interpretante como el significado de un
signo. En la indagación la producción de signos tiene como propósito la
determinación de su interpretante adecuado; esto es, la determinación
del intepretante que cumplirá el objetivo pragmático de posibilitar la
superación de la irritación provocada por la interrupción del flujo de
la experiencia. De acuerdo a lo dicho, el concepto de significado se
usa para expresar el interpretante intentado producto de un signo
producido en el proceso de indagación.
Debo señalar que las consideraciones semánticas que anteceden se
aplican a los signos especialmente en tanto se usan en el estadio
inferencial del proceso de indagación. Sin embargo, para Peirce la
noción de interpretante es muy amplia. En 8.832 Peirce explicita la
amplitud del concepto de interpretante.
"... el pensamiento que interpreta, siendo él mismo un signo, se
considera como constituyendo el modo de ser de un signo. El signo media
entre el signo interpretante y su objeto. Tomando al signo en su más
amplio sentido, su interpretante no es necesariamente un signo,
obviamente... Pero podemos tomar un signo en un sentido tan amplio que
el interpretante de éste puede no ser un pensamiento, sino una acción o
experiencia o podemos, incluso, ampliar de tal modo el significado del
concepto de signo que su interpretante puede ser una mera cualidad del
sentimiento" (8.832).
De acuerdo al fragmento citado, el interpretante puede también
concebirse como un signo que hace posible la creación en la mente de
otro signo que no se intenta meramente como la conclusión de una
inferencia. A modo de ilustración, considérese el siguiente ejemplo.
Supongamos que teniendo presente una situación pasada problemática, un
agente se está preparando a sí mismo para realizar una acción
considerando aquellos aspectos que podrían llevarlo a evitar el
sentimiento de autorreproche que ha experimentado en el pasado cuando
ha realizado acciones similares bajo similares circunstancias.
Supóngase, además, que en la consideración de esos aspectos él llega
mediante inferencia a una máxima M (digamos, el interpretante 1) a
partir de la cual deriva un esquema particular de acción S (digamos, el
interpretante 2). Supóngase que después de ejecutar la acción el agente
experimenta el sentimiento de autorreproche en un grado aun más alto
del que esperaba originalmente cuando formuló M. Posteriormente, cuando
el agente tenga que prepararse para realizar una nueva acción similar
bajo circunstancias similares, tomará como punto de partida para su
nuevo intento una consideración de las consecuencias de la acción que
estuvo determinada por el esquema S. Sobre esta base, además de la
utilización de inferencias el agente formula una máxima modificada M”
(digamos, el interpretante 3), a partir del cual derivará un nuevo
esquema de acción (interpretante 4) y así sucesivamente. Este proceso
puede seguir hasta que el agente alcance el estado perseguido de
ausencia de autorreproche. Cuando el agente alcance el estado que
persigue el esquema de acción que resulte adecuado se convertirá en un
hábito; es decir, no necesitará evaluarlo por referencia a expectativas
frustradas.
El ejemplo sirve como ilustración de los tres siguientes puntos:
(a) que los interpretantes no son meramente conclusiones de inferencias;
(b) que los interpretantes no son meramente juicios o proposiciones,
sino que también pueden ser, entre otras cosas, esquemas de acción y
(c) que la noción de interpretante no denota una función absoluta en el
proceso de constituir el significado de un signo; un interpretante
puede considerarse como un signo que hace posible la determinación de
otro interpretante y así sucesivamente.
La pregunta que surge en este punto es si acaso el interpretante o la
cadena de interpretantes guarda la misma relación, o, al menos, una
relación similar con el objeto. Para expresar la pregunta de un modo
más concreto: ¿Mantiene el esquema de acción utilizado en testear una
hipótesis la misma relación con el objeto que la hipótesis a confirmar
tiene con ese mismo objeto? Peirce responde a esta pregunta
afirmativamente.
"Un signo, por lo tanto, es un objeto que está, por una parte,
relacionado con su objeto y, por otra, con un interpretante, de modo
tal que hace que el interpretante tenga una relación con el objeto que
corresponde a la misma relación que él tiene con el objeto. Podría
decir “similar” a la suya propia, porque una correspondencia consiste
en similitud; pero quizás el término correspondencia es más estrecho"
(8.332).
De acuerdo al texto citado, el signo original regula la correspondencia
entre el interpretante y el objeto. Si es así, entonces el
interpretante no es solamente otro signo derivado del signo original,
sino que el signo determina una relación con el objeto que corresponde
a la relación que el signo original tiene con el objeto. De este modo,
cuando tenemos un hipótesis general y derivamos de ella un esquema
experimental de acción para testear la hipótesis original, la relación
que el esquema de acción tiene con el objeto es similar a la relación
que la hipótesis tiene con dicho objeto. Es esta similitud la que nos
permite decir que al hacer un experimento particular estamos testeando
la hipótesis general correspondiente.
Hay por lo menos dos problemas que surgen de las consideraciones que
anteceden. El primero está relacionado con las características del
vínculo que existe entre la hipótesis general y el acto particular
mediante el cual testeamos la hipótesis. En el fondo se trata del
vínculo que valida el paso en el experimento de lo universal a lo
particular. Según Peirce ese vínculo está dado en la percepción.
Podemos tener percepciones y formular juicios perceptivos en virtud del
ground del objeto. Como se dijo más arriba, reconocemos en nuestros
perceptos los atributos o propiedades generales (gatidad, rojez, etc.)
que están encarnados en los individuos percibidos. Este reconocimiento
no tiene una carácter puramente epistemológico, sino que, en lo
fundamental se trata de un reconocimiento de carácter ontológico. La
generalidad del ground sirve de fundamento al uso de predicados en los
juicios perceptivos. El uso de predicados generales en los juicios
perceptivos hace posible la derivación de una proposición universal. Si
consideramos una proposición universal como una hipótesis que necesita
confirmación ulterior, entonces es plausible pensar que podemos diseñar
experimentos que pueden testear dicha hipótesis. En tales operaciones
transitamos desde proposiciones desde un interpretante experimental
hasta juicios perceptivos. Si los juicios perceptivos corresponden a
las expectativas prescritas en el esquema de acción (o interpretante
experimental), entonces se ha obtenido evidencia para la hipótesis.
Además, puede decirse que la hipótesis es operativa en la realidad.
Esta última consideración nos lleva al segundo problema que se
anunciara más arriba: la relación entre el signo y la acción. Es
plausible afirmar, como Peirce lo hace, que los signos aunque generales
son operativos en la realidad. Para visualizar la operatividad de los
signos podemos tomar una proposición general que exprese la ley de la
gravitación universal (véase 5.094 a 5.096), a saber, "Todos los
cuerpos sólidos caen en ausencia de cualquier presión o fuerza que los
sostenga". El problema es cómo sabemos que este signo general es
operativo en la realidad. Peirce respondería a esta pregunta diciendo
que sabemos esto porque podemos derivar a partir de este signo general
un interpretante experimental, un esquema de acción, que nos permita
actuar sobre la realidad obteniendo algunos resultados que
corresponderán a instanciaciones de esa proposición general. El
interpretante puede predecir, por ejemplo, que si tomamos una piedra
cualquiera bajo ciertas circunstancias y que si la soltamos ésta caerá
inevitablemente al suelo. Podemos actuar sobre la base de este
interpretante experimental y obtener los resultados esperados. Podemos
repetir el experimento una y otra vez y podemos conseguir información
de otros que han realizado el mismo experimento obteniendo resultados
similares. Lo anterior mostraría, en opinión de Peirce, que un signo
resulta ser, en definitiva, causalmente eficiente en la realidad.
El intepretante, concebido experimentalmente, contiene el diseño de un
experimento conjuntamente con las consecuencias que podemos esperar de
la ejecución de dicho experimento. Si las consecuencias esperadas se
obtienen, entonces esto mostraría que el interpretante es causalmente
eficiente. En tanto el interpretante se deriva de una hipótesis
general, podría decirse que por extensión dicho signo general es
también causalmente operativo con respecto a la realidad, puesto que
prescribe un comportamiento experimental que tendrá consecuencias en la
realidad.
Peirce también quiere mostrar mediante su teoría pragmática que los
signos generales –i.e., las hipótesis– tienen una cierta relación de
correspondencia con la realidad. El rechaza la afirmación nominalista
de acuerdo a la cual las entidades generales solamente existen en la
mente. En su opinión las consecuencias que obtenemos mediante la
aplicación de los interpretantes de los signos generales sobre la
realidad es el mejor argumento para sustentar la tesis de que hay una
relación de cierta correspondencia entre las leyes generales que
formulamos acerca del comportamiento de la naturaleza y los principios
generales activos que operan en ella. El hecho de que las leyes
generales que formulamos tengan consecuencias en la naturaleza a través
de su instanciación bajo condiciones experimentales muestra que hay
patrones generales que operan efectivamente en el comportamiento de los
fenómenos naturales. Sin embargo, ello no significa que al formular una
ley estemos indicando de un modo preciso el patrón general que opera en
el devenir natural. La ciencia es falible y perfectible. La formulación
de una ley cuya aplicación experimental tenga ciertas consecuencias
está en una relación asintótica respecto del patrón general activo en
la naturaleza que dicha formulación intenta designar. Lo anterior
indica un cierto alejamiento de Peirce respecto del realismo
científico. De acuerdo a dicha posición los términos teoréticos que
figuran en las leyes generales tienen una existencia real o posible. De
acuerdo a los planteamientos de Peirce podemos formular otras leyes,
diferentes de una ley inicial, y obtener consecuencias similares. Estas
otras formulaciones circunscribirían asintóticamente los patrones
naturales reales. A pesar de la aparente indeterminación que lo
anterior implicaría, el único modo que tenemos de acceder al grado más
alto de realidad es mediante los signos generales (veáse 8.327)
De esta revisión de la teoría de los signos de Peirce puede concluirse que:
(1) la inferencia en la indagación es un proceso controlado o guiado
por propósitos en el cual asociamos signos con otros signos
(interpretantes);
(2) en este proceso de inferencia el interpretante tiene con su objeto
una relación similar a aquella que el signo original tenía respecto de
ese mismo objeto;
(3) los interpretantes determinados en el proceso de inferencia pueden
concebirse en la indagación como signos que producen nuevos
interpretantes;
(4) los interpretantes pueden concebirse también como esquemas de acción mediante los cuales es posible el testeo experimental;
(5) si en el testeo de una hipótesis la realidad se comporta de acuerdo
a las expectativas previstas en el diseño experimental, entonces puede
decirse que la hipótesis tiene ciertas consecuencias;
(6) si la hipótesis tiene consecuencias experimentales, entonces puede
decirse que dicha hipótesis representa de algún modo un patrón activo
de la naturaleza.
Una consecuencia de los seis puntos planteados más arriba es que la
teoría de los signos de Peirce requiere de una teoría inferencial y
experimental del significado. Por otro lado, teniendo presente que el
ground liga a un signo general (i.e., la formulación de una ley) con el
objeto que representa, esa teoría del significado debiera estar fundada
en una doctrina metafísica respecto de los signos generales que Peirce
denominará realismo escolástico con respecto a los signos generales.
3. Las Categorías Universales
En las secciones precedentes de este trabajo he presentado algunos
elementos básicos de la concepción que Peirce tenía del pragmatismo. Es
conveniente considerar desde una perspectiva general cómo esos
elementos se insertan dentro de la concepción sistemática de la
filosofía sustentada por Peirce. En opinión de dicho autor la filosofía
tiene tres grandes divisiones.
"La primera es la Fenomenología, que simplemente contempla el Fenómeno
Universal y discierne sus elementos ubicuos, la Primeridad, la
Secundidad y la Terceridad, en conjunto quizás con otra serie de
categorías. La segunda gran división es la Ciencia Normativa que
investiga lo universal y las leyes necesarias de la relación de los
Fenómenos con Fines, esto es, quizás, con la Verdad, lo Correcto y la
Belleza. La tercera gran división es la Metafísica, que intenta
comprender la Realidad de los Fenómenos. Ahora bien, la Realidad es un
problema que concierne a la Terceridad en tanto Terceridad... La
Metafísica es la ciencia de la Realidad. La Realidad consiste en la
Regularidad. La regularidad Real es la ley activa..." (5.121)
La fenomenología pone las bases sobre las cuales la ciencias normativas
(i.e., las ciencias que tratan de la relación entre los fenómenos y los
fines) se erigen. Pero las ciencias normativas –i.e., la lógica, la
ética y la estética– en tanto estudian los fenómenos por referencia a
los fines no entregan una concepción de la realidad como tal. De modo
que se necesita una ciencia como la metafísica para sintetizar en una
concepción global y unitaria la dualidad de fenómenos y fines. En las
Conferencias Peirce usará esta concepción triádica de la filosofía para
sustentar su concepción del pragmatismo. Esta sección se centrará en
aclarar cómo y hasta qué grado la fenomenología sirve de fundamento a
la concepción peirceana del pragmatismo.
La fenomenología, de acuerdo al planteamiento de Peirce, es la ciencia
que clasifica los fenómenos o los fanerones (1.284) o las ideas (8.328)
de acuerdo a las cualidades que ellos exhiben cuando se nos aparecen.
Sin entrar en consideraciones previas, en aras de la brevedad y de la
claridad, puede decirse que las ideas así concebidas pueden caer en
cualquiera de tres categorías universales a las que Peirce llama
Primeridad, Secundidad y Terceridad.
La Primeridad es caracterizada por Peirce como una cualidad del
sentimiento. La Primeridad se constituye en presencia absoluta ante
nuestra mente. Una idea clasificada bajo la categoría de Primeridad no
involucra una referencia a otra cosa que aparezca a nuestra mente como
opuesta a ella. Supóngase que alguien camina en un parque y
repentinamente tiene el sentimiento de que él es uno con el ambiente
que lo rodea. En ese instante él no diferencia el yo de aquello que se
le opone, esto es el ambiente del parque. El sentimiento que el
individuo del ejemplo tiene en ese momento puede considerarse como una
instancia de que cae bajo la categoría de Primeridad.
La Secundidad es caracterizada por Peirce como la experiencia de lucha.
La experiencia de lucha se origina en la sorpresa que puede a su vez
caracterizarse como el elemento que interrumpe la cualidad del
sentimiento que cae bajo la Primeridad. Para usar un ejemplo de Peirce:
"En un momento un barco está navegando sobre las olas de una mar
tranquilo y el navegante no tiene ninguna otra expectativa positiva que
la de la monotonía de tal viaje, pero repentinamente la nave choca
contra una roca" (5.51).
En esta situación las expectativas positivas del navegante se ven
frustradas por un evento inesperado. A causa de esta frustración él
experimenta sorpresa. Las representaciones del navegante dejan de ser
experimentadas como fundidas en la situación que lo rodea. Su vida
podría verse en peligro. Debido al carácter amenazante y problemático
que adquiere el ambiente que lo rodea, se ve forzado a distinguir entre
su yo y el no–yo. El se ve obligado a pensar para salir de esa
situación problemática. Además, su pensamiento debe estar en función de
una acción futura que le permita superar exitosamente dicha situación.
En este proceso él podría pensar en hipótesis tentativas para superar
la dificultad que se le presenta y puede evaluar las acciones
prescritas por esas hipótesis de acuerdo a las consecuencia reactivas
posibles que estas acciones tiene en la situación global en que se
encuentra. El podría tratar, por ejemplo, de saltar al agua y nadar,
pero descubre que la nave está rodeada de tiburones y, en ese caso,
tendrá que seguir lidiando con la situación problemática para poder
superarla.
De acuerdo al ejemplo, la cualidad que caracteriza a las ideas que caen
bajo la categoría de secundidad es la lucha. La lucha, como se dijo,
está motivada por la frustración de expectativas previas, la que su vez
causa la experiencia de la sorpresa. Esta experiencia lleva al
reconocimiento del no–yo como algo opuesto al yo sorprendido. El
reconocimiento de esta oposición lleva al sentimiento de lucha el que
es caracterizado como una serie de acciones y reacciones entre el yo y
el no–yo. La experiencia de la lucha puede interpretarse como
equivalente al estado de irritación al que Peirce se refiere en su
artículo "La fijación de la creencia" como el estado inicial de la
indagación. En ambos casos la frustración de las expectativas –o la
experiencia de sorpresa– es lo que motiva la indagación. En ambos casos
el objetivo de la indagación es la búsqueda de una creencia que
contenga expectativas que sean susceptibles de satisfacción por
experiencias futuras. El objetivo de la fijación de la creencia
mediante la indagación es la evitación de sorpresas que puedan frustrar
experiencias previas.
Lo que se ha dicho es aplicable tanto a la actividad científica como a
la vida diaria. La tarea de la ciencia es formular hipótesis generales
acerca del comportamiento de la naturaleza y de testear
experimentalmente si acaso dichas hipótesis son verdaderas o falsas. Al
formular leyes generales la ciencia utiliza fundamentalmente
representaciones o ideas que caen bajo la categoría de la Terceridad.
Esto no significa que la ciencia esté totalmente separada de las
teorías de sentido común que también son representaciones generales que
nos sirven para actuar en la vida diaria. En este sentido la ciencia no
es sino una forma más refinada del sentido común. Lo anterior se hace
manifiesto cuando, al introducir sus Conferencias, Peirce afirma:
"...arribo ahora a una categoría que solamente una forma refinada de sentido común está dispuesta a admitir..." (5.060).
Al hablar de la Terceridad es necesario concebir un tipo de situación
problemática diferente de las graficadas en los ejemplos expuestos más
arriba. En este nuevo tipo de situación la primera fase de la
indagación se inicia cuando las consecuencias esperadas de un
experimento, derivadas de una proposición general creída por el
científico, se ven frustradas y el experimento en cuestión falla. En
esta situación problemática más refinada, el científico también tiene
la experiencia de sorpresa y debe también lidiar con hechos que ahora
no puede explicar. Lo que diferencia esta situación problemática de las
anteriores es que en aquella la concepción que ha sustentado las
expectativas ahora frustradas del científico es la formulación
hipotética de una ley acerca del comportamiento regular de la
naturaleza. El científico siente la irritación de la duda porque él no
puede esperar ahora que la naturaleza se comporte como él esperaba
cuando efectivamente creía en el contenido de la ley. La lucha tiene
ahora como objetivo el descubrimiento de una concepción nueva o
modificada que permita al científico hacer predicciones respecto al
modo en que se comportará la naturaleza. En otras palabras, el
científico necesita una concepción que restaure sus expectativas acerca
del comportamiento futuro de cierto tipo de fenómenos naturales;
necesita formular y testear experimentalmente una ley nueva o
modificada.
Peirce concibe una hipótesis general como la representación de una
regularidad de la naturaleza. Como representamen la formulación de una
ley es general y está referida al comportamiento futuro de los
fenómenos.
Para resumir lo dicho hasta ahora es conveniente enfatizar que las
ideas que la fenomenología agrupa bajo la categoría de terceridad
tienen como sus rasgos principales los siguientes:
(a) son representaciones;
(b) poseen generalidad, y
(c) están referidas al futuro.
Para Peirce esas debieran ser las características de todos los signos
o, si se quiere, de todos los tipos de representación. En consecuencia,
todas las representaciones debieran ser subsumidas bajo la categoría de
terceridad.
Sin embargo, Peirce reconoce algunos casos degenerados de terceridad.
Los casos en cuestión son caracterizados como degenerados por que en
ellos no se establece una relación representacional genuina con sus
objetos. Hay dos casos degenerados de terceridad: los iconos y los
índices. Peirce define un icono como sigue:
"Un icono es un representamen que satisface la condición de un
representamen en virtud de una característica que posee en sí mismo y
que poseería de todas maneras aunque su objeto no existiera" (5.73).
La definición es a primera vista difícil de entender. Lo que Peirce
quiere enfatizar es que la cualidad que posee el icono hace de él un
representamen, sin que importe si el objeto que representa exista o no.
Por ejemplo, un cuadro de un centauro se concibe como un signo del
objeto centauro, pero es al mismo tiempo un tipo de signo
pseudorrepresentativo porque no hay un objeto en la realidad que
corresponda a dicho signo. Puede decirse que los rasgos de la
representación misma nos llevan a una concepción del objeto que podría
haber correspondido si esta hubiera sido una representación genuina.
Esto explica por qué Peirce consideraba las pruebas matemáticas como
diagramas y, en consecuencia, como un tipo especial de iconos. Las
pruebas en cuestión arrojan como resultado una conclusión verdadera sin
que importe que el objeto designado por la conclusión exista o no. Para
expresarlo en el lenguaje de las categorías peirceanas, los iconos son
un caso de terceridad degenerado debido a que la primeridad, concebida
como la ausencia de referencia a un segundo (en este caso una
referencia a un objeto), desempeña el rol crucial en la constitución de
un representamen.
El segundo tipo de terceridad degenerado es una clase de signos que en
vez de ser representaciones de un objeto son reacciones a, o efectos
de, ese objeto sobre la mente del productor del signo. Peirce los llama
índices. Por ejemplo, un termómetro que indica la temperatura de un
cuerpo es un signo indical de ese cuerpo en ese respecto específico. El
nivel de mercurio que alcanza el termómetro no podría funcionar como
signo si no hubiera un objeto que produjera ese efecto o reacción en
dicho dispositivo. Al ser un tipo de signo reactivo, el índice es un
tipo de terceridad degenerado en el cual un segundo, sin una referencia
necesaria a un tercero –i.e, el interpretante– desempeña un rol crucial.
La forma genuina de signo o de representación y, en consecuencia, de
terceridad, es un signo al que Peirce denomina símbolo. No tiene con el
objeto una relación de similitud o de analogía en virtud de la cual
pueda prescindir del objeto, como es el caso de los signos icónicos.
Tampoco se constituye como representamen en virtud de una mera reacción
a un aspecto del objeto o a un determinado comportamiento del mismo. El
símbolo tiene respecto del objeto una genuina relación de
representación que se resuelve con la participación relacional de los
tres elementos de la tríada semiósica. Para expresar esta relación en
términos ya conocidos, puede decirse que un símbolo está por su objeto
en cierto respecto o capacidad, que es el fundamento o ground del
objeto, tal que crea un interpretante en la mente del intérprete.
Peirce distingue tres tipos de símbolos de acuerdo al modo en que dicho
tipo de signos crea un interpretante en la mente de un intérprete.
(i) El primer tipo de símbolo es el término o rema. Este signo crea en
la mente de un intérprete un interpretante que puede ser un ícono o un
caso degenerado de índice. Un ejemplo de término o rema es un predicado
con su lugar de argumento abierto, tal como "___ es rojo". Aunque un
rema es un símbolo no lo es en forma completa. En virtud de esta
completitud solamente puede excitar en la mente del intérprete un
interpretante que, de acuerdo al ejemplo, puede ser una imagen de rojo
o crear un interpretante reactivo basado en los sentimientos que surgen
en la mente del intérprete. En este último caso, el intérprete podría
asociar el rojo con situaciones dolorosas o peligrosas y reaccionar
consecuentemente. Debido a que el término o rema no produce un
interpretante que sea a su vez sea un signo que represente a su objeto
no puede asignársele un valor de verdad.
(ii) El segundo tipo de símbolo es una proposición. El tipo de
interpretante creado por la proposición en la mente del intérprete
puede ser un índice o un signo genuino. El intérprete puede reaccionar
al signo proposicional o puede considerarlo de acuerdo a su conformidad
con el aspecto del objeto que dicho signo representa. En este segundo
caso, puede decirse que la proposición puede tener un valor de verdad.
(iii) El tercer tipo de símbolo es el argumento. Lo que diferencia el
argumento del término o rema y de la proposición es que la creación del
interpretante no depende ni de los sentimientos ni de las reacciones
que se suscitan en la mente del intérprete. En el caso del argumento,
las premisas llevan a la conclusión. Esta se concibe como el
significado intentado en las premisas o, más específicamente, como el
intepretante al cual está intencionalmente dirigida la formulación de
las premisas. El argumento, caracterizado desde la perspectiva de la
mente del intérprete, es un proceso controlado en el cual el modo en
que llegamos al interpretante (o conclusión del argumento) se hace
explícito. Este no es el caso de los términos o remas y de las
proposiciones donde el modo en que se llega al interpretante depende
del modo en que es interpretado, en forma más o menos espontánea, en la
mente del intérprete.
La forma más genuina de terceridad en el contexto de una teoría de los
signos o representaciones es, entonces, el argumento. Si se considera
esto desde el punto de vista de la indagación, puede afirmarse que la
manera más segura de superar la irritación provocada por la duda y de
llegar a una concepción nueva o modificada que restaure nuestras
expectativas acerca del comportamiento futuro de los fenómenos
naturales es mediante el argumento. La construcción de un argumento
requiere, como se sugirió más arriba, de un proceso que tenga un alto
grado de control que haga altamente probable la obtención de una
concepción que restaure las expectativas respecto del devenir del
entorno. El carácter controlado del proceso de producir un argumento
implica la formulación de signos o representaciones que sirvan de
premisas a dicho argumento teniendo a la vista la conformidad de los
signos producidos a determinados fines. Pero el estudio de los fines
que guían la construcción de los signos de una concepción argumentativa
va más allá de los límites de la fenomenología. Se ubica más bien en el
ámbito de lo que Peirce denomina la ciencia normativa. En la sección
siguiente de este capítulo consideraré los elementos básicos de los
fines que guían a la indagación en el estadio en el que se busca una
concepción del devenir del entorno que restaure las expectativas de los
productores de signos. La ciencia normativa no sólo controla el proceso
de construcción de una concepción adecuada mediante el establecimiento
de fines, sino que, además, al cumplir dicho rol, guía el proceso
normal hacia la fundamentación del propósito metafísico principal que
Peirce tiene a la vista, a saber, mostrar la realidad de la terceridad.
3.1 La Ciencia Normativa: los fines que regulan la constitución de representaciones en la indagación
Como se dijo en las secciones precedentes, la ciencia normativa
establece los fines que contribuyen a controlar el proceso de
indagación, que es el que hace posible la construcción de una
representación que se adecue al propósito de formular una regularidad
que prescriba, a modo de hábito, las expectativas que debiéramos tener
respecto del comportamiento del entorno.
La concepción de la ciencia normativa que propone Peirce parece, en una
primera aproximación, muy peculiar. Las ciencias normativas no son
prácticas en el sentido de proporcionar las instrucciones adecuadas
para la obtención de un determinado resultado, como lo serían, por
ejemplo, la construcción de un buen razonamiento o la realización de
una buena obra de arte o el diseño de un mecanismo que cumpla
eficientemente el fin para el que fue diseñado. No obstante, es
plausible pensar que las ciencias normativas proporcionan algunos
fundamentos para dicho modo de concebir una disciplina práctica. Peirce
concibe a la ciencia en cuestión en el sentido más bien teorético del
término. La función que cumplen es formular apreciaciones respecto de
la conformidad de ciertos fenómenos a fines. Estos últimos no se
conciben como intrínsecos a los fenómenos en cuestión. Peirce
caracteriza a las ciencia normativa como
sigue:"...hay un elemento esencial más íntimo de la Ciencia Normativa
que es aún más propio de ella y lo constituyen sus peculiares
apreciaciones a las cuales nada en ellas corresponde a los fenómenos
mismos. Estas apreciaciones se relacionan con la conformidad de los
fenómenos a fines que no son inmanentes a esos fenómenos" (5.1
26).En el caso de la indagación las apreciaciones de una ciencia
normativa versan acerca de la relación entre los representamena y
ciertos fines. No todas las representaciones se evalúan en la fase en
que interviene la ciencia normativa. Solamente aquellos representamena
sobre los cuales ejercemos cierto control están sujetos a este tipo de
evaluación y crítica. Sobre la base de la crítica los aceptamos, los
rechazamos o los modificamos. De acuerdo a este criterio de selección
de los representamena, los símbolos pueden incluirse entre aquellos
signos sobre los cuales podemos ejercer control y, en consecuencia,
crítica. Sin embargo, no todos los símbolos ostentan estos rasgos. Por
ejemplo, las proposiciones que contienen juicios perceptivos están
excluidas porque no podemos ejercer ningún tipo de control sobre ellas
ni podemos modificarlas a través de la crítica. Como examinaré con
algún detalle en lo que sigue, el único tipo de símbolo que está
genuinamente sujeto a la apreciación de la ciencia normativa es el
argumento
.Siguiendo su patrón triádico usual de análisis, Peirce distingue tres
tipos de fines que corresponden a su vez a tres disciplinas normativas.
El primer fin es la belleza y es investigado por la estética. El
segundo fin es la rectitud o lo correcto que es objeto de estudio de la
ética. El tercero es la verdad y es objeto de investigación de la
lógica. En el curso de la indagación tenemos que criticar o evaluar
representamena por referencia a estos tres fines. Con respecto al fin
correspondiente a la estética evaluamos una representación teniendo en
cuenta su expresividad. En lo que se refiere al fin investigado por la
ética evaluamos una representación por su veracidad. Finalmente, con
respecto al fin lógico evaluamos una representación por su conformidad
con la verdad. Un representamen que es evaluado por su conformidad a
estos tres fines puede considerarse como un candidato adecuado para
constituirse en una concepción o representación general.
Como se dijo el argumento es el único tipo de símbolo por su
conformidad a estos tres fines. Esto no sucede con el término o rema,
porque este tipo de símbolo solamente puede considerarse por su
relación al fin estético de la expresividad. Las proposiciones, por
otra parte, pueden estar en una relación de conformidad con los fines
estético y moral, es decir, con la expresividad y la veracidad. Pero no
todas las proposiciones pueden evaluarse por su conformidad con la
verdad. La verdad, en tanto fin, está asociada con el modo en que
hacemos explícito el significado o el interpretante de un signo. Si por
medio de un proceso controlado podemos especificar en forma clara la
determinación del interpretante de un representamen, entonces será
posible testear experimentalmente el signo a partir del cual derivamos
ese interpretante y podremos también establecer su verdad o su
falsedad. Pero, como se dijo más arriba, la determinación del
interpretante de una proposición depende más del intérprete que del
control que se pueda ejercer sobre procesos inferenciales que sean
independientes de los sentimientos y reacciones del intérprete. En
consecuencia el único símbolo que puede ser evaluado por su conformidad
a los tres fines de las ciencias normativas es el argumento. Este es el
único tipo de símbolo cuyo interpretante o significado se hace
explícito a través del modo en articulamos y formulamos sus premisas.
Terminaré esta sección con algunas observaciones acerca de la
concepción de la verdad que sustenta Peirce. El fin lógico de la verdad
solamente puede obtenerse si hay un modo de explicitar claramente cómo
se llega a establecer el significado o el interpretante de un
representamen. Pero lo anterior no es, como pudiera pensarse a primera
vista, la única condición para evaluar la conformidad de la
representación con la verdad. Podría decirse que es condición necesaria
mas no suficiente. La verdad es, fundamentalmente, la correspondencia
entre una representación general y el objeto designado por esa
representación. El énfasis en la especificación clara del modo en que
se obtuvo el interpretante adquiere importancia solamente en la medida
en que se tenga presente el carácter mediador que posee el
interpretante respecto de la relación entre el representamena y su
objeto. El interpretante desarrolla la determinación objetiva, el
fundamento o ground del objeto, que motivó la creación del
representamen. Luego, en la medida en que se especifique en forma clara
la determinación del interpretante se establecen las determinaciones
objetivas que hacen posible evaluar la correspondencia o no
correspondencia entre el representamen y el objeto.
En tanto la verdad es una cuestión que atañe a la correspondencia entre
un signo general y su objeto, el problema que surge es si el objeto
correspondiente al signo ostenta también la generalidad de este último.
El signo genuino en tanto general cae bajo la categoría de la
terceridad. El problema que surge en este punto es si el objeto del
signo genuino ostenta también el rasgo generalidad implicado por la
terceridad. A esto Peirce lo denomina el problema de la realidad de la
terceridad. A juicio de Peirce este es un problema que debe ser
abordado desde la metafísica. Este será el tema que abordaré desde la
perspectiva peirceana en la próxima sección.
3.2 El Pragmatismo y la Realidad de la Terceridad
Como es estableció en la sección anterior, la verdad de una concepción
o representación general sólo puede obtenerse, desde el punto de vista
de la lógica peirceana, si el significado o interpretante de dicha
representación general se hace explícito por medio de la articulación y
formulación de un argumento. Alcanzar la verdad implica la
correspondencia de una representación general con la realidad. De
acuerdo a esta caracterización el problema de la verdad va más allá de
la lógica y se ubica en el ámbito de la metafísica. La lógica solamente
establece el fin al cual una concepción general debe adecuarse, pero no
está dentro de su alcance y límites establecer bajo qué condiciones un
objeto –en este caso el objeto que corresponde al signo genuino– puede
considerarse como real. Como se dijo más arriba, el problema metafísico
puede formularse como sigue: Si la concepción o representación general
verdadera exhibe el rasgo de la generalidad, ¿es posible mostrar que el
objeto que corresponde a dicha representación exhiba también ese rasgo
como parte de su ser real? Para Peirce, como hemos adelantado en las
secciones anteriores de este trabajo, la respuesta es afirmativa. Para
ello defenderá una postura que él denomina realismo escolástico, la
cual fundamenta el carácter real de la generalidad de los objetos de
las representaciones o signos genuinos. De acuerdo a lo anterior, una
de las cuestiones centrales de la metafísica peirceana es el de la
defensa de la realidad de la terceridad. Peirce incluso piensa que al
postular la realidad de la terceridad también logrará aclarar en mejor
forma lo que entiende por pragmatismo. Comenzaré esta sección acerca de
la metafísica peirceana con un examen de la distinción que hace Peirce
entre tres tipos de argumento.
Fiel a su método triádico, Peirce distingue entre los siguientes tres
tipos de argumento: deducción, inducción y abducción. En lo que sigue
caracterizaré brevemente la concepción que Peirce tiene de cada uno de
ellos.
(a) Peirce caracteriza a la deducción como un razonamiento necesario.
Si tomamos la prueba matemática como el caso paradigmático de
razonamiento necesario, entonces tendríamos que decir que la deducción
toma como punto de partida premisas hipotéticas abstractas con el
objeto de derivar una conclusión o interpretante que es tan hipotético
como sus premisas. El razonamiento es necesario puesto que dada la
verdad supuesta de las premisas, la conclusión debe ser también
verdadera. La caracterización expuesta muestra que la verdad de la
conclusión no depende de la ocurrencia de algún estado de cosas en el
mundo. Como lo expresa Peirce:
"En la deducción o razonamiento necesario, partimos desde un estado de
cosas hipotético que definimos en determinados respectos abstractos.
Entre los caracteres a los que no prestamos atención en este modo de
argumento es si acaso la hipótesis de nuestras premisas se corresponden
más o menos con el estado de cosas del mundo externo... Nuestra
inferencia es válida si y solamente si existe una relación tal entre el
estado de cosas supuesto en las premisas y el estado de cosas
establecido en la conclusión" (5.161).
Debido a que todo razonamiento necesario trata con estados de cosas
hipotéticos, este tipo de razonamiento es concebido como un signo
diagramático y, en consecuencia como un signo icónico.
(b) El razonamiento inductivo es aquel tipo de argumento que es
característico de la investigación experimental. La experimentación
presupone que poseemos de antemano una concepción o teoría general cuya
verdad deseamos testear. Peirce caracteriza la inducción utilizando la
analogía de un interrogatorio a la naturaleza de la siguiente manera:
"Como un interrogatorio, está basada en una suposición. Si esa
suposición es correcta, debe esperarse un determinado resultado
significativo que acaezca bajo determinadas circunstancias que pueden
crearse o que, en cualquier caso, pueden encontrarse. La pregunta es:
¿Será éste el resultado? Si la Naturaleza responde “¡No!” el
experimentador habrá ganado una porción importante de conocimiento. Si
la Naturaleza dice “¡Sí!”, las ideas del experimentador se quedan como
estaban, sólo que de algún modo más profundamente enraizadas. Si la
Naturaleza dice “¡Sí!” a las primeras veinte preguntas, aunque estas
hubieran sido articuladas de manera tal que dieran cuenta de esas
máximas de manera extremadamente sorprendente, el experimentador
sentirá la confianza de que va por el camino correcto..." (5.168).
La inducción se usa para testear una concepción general de la que se
dispone previamente. La pregunta que surge en este punto es cómo
obtenemos esa concepción general acerca del comportamiento de los
fenómenos del entorno. Esto no puede lograrse por deducción porque este
tipo de argumento trata con estados de cosas hipotéticos. Tampoco por
inducción, puesto que ésta por sí misma es incapaz de producir una
concepción general. En opinión de Peirce, la concepción general
supuesta que es testeada inductivamente solamente puede obtenerse por
un tipo especial de razonamiento al que denomina abducción o hipótesis.
(c) El razonamiento abductivo o hipótesis no puede caracterizarse tan
claramente como la deducción y la inducción. Puede decirse, sin
embargo, que por medio de la abducción obtenemos una hipótesis general
a partir de la cual derivamos, usando la deducción, ciertas
consecuencias observables que pueden ser testeadas experimentalmente
por inducción. Para completar esta caracterización, puede también
decirse que al percibir un hecho que nos sorprende siempre buscamos una
hipótesis general que explique, subsumiéndolo, el hecho que nos
sorprende como algo de suyo evidente. En concordancia con esta última
observación, Peirce caracteriza esquemáticamente a la abducción como
sigue:
"Se observa el hecho sorprendente C; pero si A fuera verdadero, C sería
de suyo evidente. En consecuencia, hay una razón para pensar que A es
verdadero..." (5.188).
De acuerdo al esquema citado, suponemos que A es una hipótesis general,
tal que si fuera verdadera explicaría el hecho que nos provoca
sorpresa, C, como uno de los casos particulares que cae bajo la
hipótesis general A. Obviamente, lo anterior no significa que A sea
verdadero. Podemos suponer que A es un estado de cosas posible, como es
el caso de las premisas de un argumento deductivo, e inferir, al modo
de la deducción consecuencias que ulteriormente podamos testear
inductivamente para obtener evidencia que nos permita, al menos
provisionalmente, afirmar la verdad de A o, por el contrario, falsarla,
mediante el procedimiento inductivo.
Si la abducción es el procedimiento argumentativo que de hecho utilizan
los científicos para llegar a formular sus hipótesis o concepciones
acerca del comportamiento de la naturaleza, el problema que queda por
solucionar es cómo explicar la abducción. Con respecto a este problema
Peirce no tiene una respuesta precisa. La abducción es un proceso de
inferencia que no puede explicarse con la misma claridad que la
deducción y la inducción. Incluso Peirce llega a caracterizarla como
una intuición o un insight que tiene al instinto como su base:
"Me parece que el enunciado más claro que podemos hacer de la situación
lógica... es afirmar que el hombre tiene un cierto insight, no lo
suficientemente fuerte para ser más a menudo correcto que erróneo, pero
lo suficientemente fuerte para ser abrumadoramente más a menudo
correcto, dentro de las Terceridades, los elementos generales de la
naturaleza... Esta facultad tiene, al mismo tiempo, la naturaleza
general del Instinto, que imita los instintos de los animales al
sobrepasar los poderes generales de nuestra razón y al dirigirnos como
si estuviéramos en posesión de hechos que están enteramente más allá
del alcance de nuestra naturaleza" (5.173).
De acuerdo al fragmento citado la abducción difiere de los otros
procesos lógicos involucrados en la indagación en que no está sujeto a
ningún tipo de control consciente.
El problema que queda sin respuesta es el de la especificación de lo
que justifica el carácter general que debieran poseer las concepciones
obtenidas por abducción. En otras palabras: ¿Por qué tenemos que
confiar en este instinto de generalidad que hace posible la formulación
de hipótesis? En opinión de Peirce, la generalidad de la terceridad no
está presente solamente en el nivel del pensamiento. Cuando hacemos un
juicio perceptivo usamos predicados generales que son elementos
correspondientes a la terceridad, los cuales, corresponden, a su vez, a
un percepto que consiste en un individuo que encarna un atributo
general o cualidad, esto es, el fundamento o el ground del objeto. Pero
dejando de lado el rol de los fundamentos en la percepción lo que
Peirce quiere mostrar es que la terceridad es un elemento predominante
cuando hacemos juicios perceptivos y que ello muestra que los juicios
perceptivos son también una forma de abducción. Apoya esta afirmación
diciendo que hay una evidencia muy fuerte para afirmar que la
percepción es inferencial. La evidencia está dada por el hecho de que
en determinadas situaciones, por ejemplo, cuando alguien nos presenta
el dibujo wittgeinsteiniano del pato–conejo, proporcionamos diferentes
organizaciones perceptivas del dibujo. Esto mostraría que tenemos
diferentes juicios perceptivos respecto de una misma situación e
implicaría, a su vez, que hay un factor inferencial en la percepción.
Si es así, y dada la caracterización que hace Peirce de la abducción,
parece claro que el tipo de inferencia que estamos usando cuando
hacemos juicios perceptivos solamente puede ser abductiva. En
consecuencia, si los juicios perceptivos contienen un elemento de
terceridad y si esos elementos son el producto de la abducción y si,
además, los juicios perceptivos así obtenidos funcionan efectivamente
cuando estamos lidiando con nuestro ambiente, no tenemos mucha razón
para dudar que los insights que obtenemos por abducción en el proceso
de la indagación también funcionarán a menudo en forma efectiva.
Alguien puede objetar que si algo en el nivel más alto del pensamiento
tiene elementos en común (en este caso terceridades) con el nivel de
los juicios perceptivos, no estamos autorizados a inferir, solamente
desde tales bases, que hay proceso de inferencia similares operando en
ambos niveles. Peirce respondería que no solamente estamos autorizados
a hacer esa inferencia, sino que podemos hacer una inferencia todavía
más radical, a saber, que la diferencia entre procesos abductivos en la
percepción es una diferencia de grado pero no referida a la naturaleza
de los procesos involucrados. El se siente confiado respecto de este
punto porque en su lógica de las relaciones ha mostrado que las
proposiciones particulares, como las que se obtienen en los juicios
perceptivos, bajo ciertas condiciones pueden servir como premisas para
derivar con necesidad proposiciones universales.
La discusión contenida en las Conferencias sexta y séptima está
dirigida a proporcionar el fundamento de la afirmación crucial del
pragmatismo de Peirce, a saber, que la terceridad es real. Si la
terceridad está presente en el nivel de los juicios perceptivos, que es
un nivel que no está controlado por los procesos superiores de
pensamiento o racionales, entonces la terceridad debe ser real.
Alguien podría objetar a Peirce que sus argumentos no muestran que la
terceridad esté en la realidad, sino más bien que la terceridad está en
la percepción. A esta objeción puede responderse que Peirce concibe a
la percepción como una suerte de mecanismo instintivo mediante el cual
un organismo interactúa con su entorno. Solamente algunas veces estamos
conscientes de nuestros perceptos y ello ocurre cuando formulamos
juicios perceptivos. Y no sabemos exactamente cómo obtenemos esos
juicios. De lo anterior puede inferirse –aunque no quizás desde los
textos peirceanos– que la percepción es una suerte de intersección
entre el pensamiento y la naturaleza. Pero lo que interesa destacar
finalmente aquí es que la concepción que Peirce sostiene es que si la
terceridad está en el ámbito natural de la percepción, entonces la
terceridad debiera ser real, y que las concepciones generales que
obtenemos por abducción representan principios operativos en la
naturaleza.
Al llegar a este punto de la exposición alguien podría plantear la
siguiente pregunta: ¿Cuál es la relación de todas estas consideraciones
abstractas con la concepción pragmática de la indagación? La respuesta
es que si es posible mostrar la realidad de la terceridad, entonces
debe haber principios generales activos que determinan las
regularidades de la naturaleza. Aunque nunca pudiéramos ser capaces de
precisar con absoluta certeza cuáles son esos principios generales
activos, la realidad de la terceridad nos muestra que la indagación
puede guiarnos hacia la formulación de hipótesis generales explicativas
que contengan expectativas respecto del comportamiento del entorno
natural. Se supone que las expectativas en cuestión tienen un alto
grado de probabilidad de no ser defraudadas en el futuro.
El pragmatismo puede concebirse como la lógica de la abducción o, para
expresarlo de un modo equivalente, la lógica de las hipótesis. Las
hipótesis deben explicar hechos que nos provocan sorpresa, creando de
este modo expectativas más o menos ciertas respecto del comportamiento
futuro de los fenómenos naturales. La pregunta que surge en este punto
es cuál es el fin último de la lógica de las hipótesis. La respuesta de
Peirce a esta pregunta es la
siguiente:"Su fin es, mediante la prueba del experimento, guiar
[llevar] a la evitación de toda sorpresa y al establecimiento de un
hábito de expectación positiva que no será defraudado. Cualquier
hipótesis, por lo tanto, puede ser admisible, en ausencia de cualquier
razón especial que apunte a lo contrario, en el entendido de que ésta
[la hipótesis] sea capaz de verificación experimental y solamente en
tanto sea capaz de tal verificación. Esta es, de manera aproximada, la
doctrina del pragmatismo" (5.197).
Para finalizar esta sección diré algo acerca de la concepción de la
verdad de Peirce. Como se dijo más arriba, la condición para evaluar
una concepción como verdadera o falsa puede hacerse explícita mediante
un argumento. Las premisas del argumento deben indicar explícitamente
el interpretante que se intenta derivar de dichas premisas. El rol de
la abducción es proporcionar la concepción que se someterá a
evaluación. La determinación del interpretante intentado de esa
concepción se hace utilizando la deducción. En otras palabras, el
interpretante intentado de la hipótesis son las consecuencias que se
deducen de tal concepción. Las consecuencias deducidas se testean
experimentalmente por referencia a juicios perceptuales que, a su vez,
se refieren a perceptos. La hipótesis es falsa cuando el interpretante
que se intenta inferir fracasa en representar el conjunto de perceptos
involucrados y esto es indicado por los juicios perceptivos, los cuales
establecen que los perceptos no poseen los caracteres expresados por el
interpretante intentado. Por el contrario, una proposición general
verdadera es una en que no ocurrirá la ausencia de acuerdo entre los
juicios perceptivos derivados del interpretante y los perceptos
correspondientes.
Alguien podría preguntar en virtud de qué podemos esperar que una
concepción general continuará siendo verdadera bajo circunstancias
futuras similares. La respuesta a esta pregunta está contenida en lo
que se ha dicho previamente acerca de la realidad de la terceridad. En
opinión de Peirce la realidad de la terceridad es una buena
justificación para confiabilidad de la inducción. Sin embargo, su
concepción de la inducción y sus problemas tienen poco que ver en este
contexto metafísico con aproximaciones recientes a dicho problema en la
filosofía de la ciencia contemporánea.
Bibliografía
FODOR, J.A. y E. LEPORE 1992. Holism: A shopper”s guide. Oxford: Basil Blackwell.
PEIRCE, C.S. 1965. Collected papers (8 vols.). Cambridge, MA: Harvard University Press.
Nota
Este trabajo forma parte del proyecto de investigación 1930916, financiado por Fondecyt.
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