GADAMER Y EL PROBLEMA HERMENÉUTICO FUNDAMENTAL.
PRECEDENTES A VERDAD Y MÉTODO
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Los inicios de la
vida académica de Gadamer y el primer impulso que le llevó a la cátedra de
Karl Jaspers en Heidelberg en 1949 puede ser orientador respecto de lo que
creo es un motivo central en su pensamiento. Después de terminar su tesis
en filología clásica a los 22 años, no publica su primer artículo hasta los
26. La habilitación para su cátedra es la transformación de la tesis que
publica en 1931, aunque no recibe la llamada para ocuparla hasta 1938.
Mientras, publica una relación de Platón y los poetas, un artículo sobre el
concepto de Estado educacional y una larga serie de reseñas de bibliografía
contemporánea sobre Platón. Después de la guerra trabaja en la editorial
Vitorio Klosthen en Frankfurt hasta 1949 en que es llamado a Heidelberg.
Este es el año en que empieza a vislumbrar el problema hermenéutico
fundamental, como él lo llama, fruto del que surgirá, tras diez años en los
que es también rector, su libro más conocido, Verdad y Método. Sería
una verdad de Pero Grullo repetir que esta monografía es un enclave
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irrenunciable de la
filosofía de fin de siglo. Interesa poner la mirada en los años
precedentes. Sullivan cuenta que, en una conversación Gadamer, le confesó
que las publicaciones asistemáticas anteriores a Verdad y Método
eran debidas a la necesidad de acceder a la cátedra. En esos años viaja
para conocer y ser conocido, y cultiva unas relaciones notables con
académicos de su edad y con profesores de rango superior. "En la
situación, dice Sullivan, que cualquier ser humano normal hubiera
abandonado, Gadamer persistió durante siete años"(1).
La disertación sobre
Platón, que en principio Gadamer trató de enfocar como un estudio
independiente y filológico de las obras del pensador griego, pronto tomó
una dimensión filosófica gracias a Nicolai Hartmann, que le enseñó a ver en
Aristóteles una ayuda fenomenológica para salir del neokantismo. La ética
dialéctica de Platón era vista por el joven Gadamer como un desafío a la
escuela neokantiana de Marburgo, en un ambiente de pérdida de los valores
cientificistas de la Alemania de los 20: la guerra era una demostración más
que fehaciente de la ceguera en la fe en el progreso. El interés por la
dialéctica de Platón se cifraba en el fondo vital desde el que el pensador
griego podía llamar a la filosofía "diálogo": la cuestión de lo
bueno. Pero el hecho que produjo la conversión a la filosofía del joven
Gadamer fue el encuentro con Heidegger en el verano de 1933. Gadamer vio en
Heidegger la posibilidad de repensar la filosofía griega, centrado en la
interpretación aristotélica de la filosofía de Platón. Su interés inicial
residía en un problema clásico de la hermenéutica, la corrección en la
comprensión histórica:
"Era necesario hacer que los conceptos griegos nos hablaran
de nuevo. Si simplemente traducimos y repetimos esos conceptos griegos no
descubriremos nada en ellos. Si, por ejemplo, decimos placer en vez
de hedonê, nos equivocamos al comprender que la vida debe escoger
entre placer o conocimiento como lo más alto. Todo lo que se conecta con la
vida dulce o cómoda parece incluirse bajo el nombre de placer griego. Pero
desde el momento en que empezamos a hacer distinciones entre placer y
felicidad estamos en la problemática del diálogo socrático"(2).
La tesis de Gadamer
tenía que ver con la conexión entre dialéctica y diálogo en Platón, y la
forma en que en el diálogo del Filebo trae consigo un mundo: con él el
problema de la elección entre placer y sabiduría, entre las necesidades
vitales y la vida gobernada por la razón. Y el problema era traer ese mundo
a la comprensión del nuestro desde el que se hacía inteligible la teoría
platónica sobre el bien(3). El deseo de Gadamer sería
que "el lenguaje tome su auténtica vida en diálogo platónico
levantándose vivo en la discusión ahora como entonces, y alcanzando la
fértil fusión de horizontes en que debemos encontrar nuestro camino en
nuestro mundo"(4). Si la comprensión
de un problema depende de la comprensión del trasfondo del que surgió, las
cuestiones comprendidas no son un mero objeto de conocimiento, se
convierten en verdaderas preguntas repensadas en el momento actual. En un escrito autobiográfico
Gadamer reconoce que ya el neokantismo había intentado descubrir las
preguntas propias que subyacen a la historia en lo que llamaron
"historia del problema". Pero referían las preguntas a unos
supuestos problemas supratemporales, "a unos supuestos problemas eternos reiterados
en contextos semánticos sistemáticos siempre nuevos extraídos de la
filosofía idealista". Tal suposición era vista a los ojos de Gadamer
como gratuita.
"Contra esa supuesta supratemporalidad, la objeción del
escepticismo histórico-relativista era obvia e irrefutable. Sólo cuando aprendí
de Heidegger a conducir el pensamiento histórico a la recuperación de los
planteamientos de la tradición, las viejas cuestiones resultaban tan
comprensibles y vivas que se convertían en verdaderas preguntas"(5).
A esto
llama Gadamer la "experiencia hermenéutica fundamental": pensar
en la experiencia originaria del mundo, "la virtualidad conceptual o
intuitiva del lenguaje dentro del cual vivimos". Aquello que confiere vida al
pensamiento, el encuentro con las verdaderas cuestiones que han ocasionado
una respuesta, era algo que el neokantismo dejaba de lado al postular unos a
prioris ahistóricos desde los cuales se daba continuidad a la historia
como una réplica sucesiva a problemas eternos. El problema de la comprensión era
la motivación que impulsaba la investigación del joven Gadamer: pero no
tanto la búsqueda de las condiciones de comprensibilidad en sentido
trascendental, pues esta investigación parecía estar amenazada por el
impacto del relativismo histórico, sino por algo que obviaban tanto la
investigación trascendental como la posición relativista que condenaba a la
inconmensurabilidad cualquier objeto comprensible. De sus primeras lecciones
como profesor, Gadamer comenta en otra ocasión:
"No fue casualidad que yo iniciara en 1928 mi actividad
pedagógica con una conferencia inaugural sobre el papel de la amistad en la
ética filosófica. El hecho de que no son frases, ni la afirmación
incontestable, ni la réplica victoriosa lo que garantiza la verdad, sino
que se trata de otra especie de confirmación que no es posible para el
individuo, me indicó mi trabajo de no tanto reconocer en los otros las
propias fronteras como rebasarlas unos pasos. Lo que importaba era poder
estar equivocado. Incluso el consuelo del pensamiento de estar siempre
equivocado ante Dios, proclamado por Kierkegaard, no me resultaba del todo
incomprensible. ¡Y qué era en todas partes lo otro! ¿Quién soy yo y quién
eres tú? En lo sucesivo intenté dominar con el pensamiento la cuestión de
que esta pregunta no se contestaba nunca y es, sin embargo, como pregunta,
su propia respuesta. Así aprendí que cada experiencia del arte nos quita la
razón y nos la da. Así aprendí, mucho más que cualquier otra idea
filosófica, que el diálogo platónico no enseña que no es otro sino uno
mismo a quien cuestionamos a través de los otros. Sí, incluso de
Aristóteles, el creador de la lógica, aprendí, después de que Heidegger me
hubiese introducido, que no cuenta ningún pensamiento que no reconozca sus
propios límites y que no sirve ningún logos ni ninguna lógica que no
sea llevada por ningún ethos. Ethos no es, sin embargo, nada alto
y sublime, sino el ser creado que uno es y que no puede hacer, aunque haya
sido el propio hacer, dejar y omitir lo que le ha hecho a uno como
es".(6)
Del joven
Gadamer se podría decir lo que dijo de sí mismo Leibniz: "apruebo todo
lo que leo".
El mismo Gadamer lo juzgaba como debilidad, aunque también reconoce que era
un antídoto
contra el dogmatismo de
lo que todavía no eran del todo de su gremio, los filósofos. De hecho él, nunca se veía a
sí mismo como filósofo en el sentido de investigador científico, sino sólo
como un buen conversador crítico. De una manera más patente puede señalarse que el
problema del relativismo puede emparentarse con la trayectoria intelectual
de Gadamer en tanto que vive biográficamente la reconstrucción de una
Europa destruida por sí misma y el advenimiento de la sociedad nihilista,
el ocaso de la metafísica tradicional y el desfondamiento del humanismo,
tal como había sido profetizado por Nietzsche y Heidegger. Gadamer interpreta
el estado de Europa en la actualidad como el resultado de la Ilustración: la confianza en que la
ciencia positiva y su forma práctica de aplicación -la técnica- es la
solución a los problemas del hombre en el mundo. El mundo post-industrial
en el que la racionalidad técnico-científica ha adquirido caracteres
globales se ha convertido en un mundo fragmentado e inhumano, un efecto
perverso que se ha levantado contra el hombre mismo. Pero la precisión de
esta descripción pesimista de su tiempo no viene dada por una actitud
nostálgica. Las guerras mundiales constituyen un símbolo fuera lo que fuera
el tiempo anterior:
"Estoy muy lejos de idealizar la historia que precedió a las catástrofes
de las guerras mundiales. En cualquier caso por su causa se ha producido un
cambio tan descomunal que no concierne sólo a la posición de Europa en el
mundo, y con ello a las expectativas de una juventud que tanto entonces
como ahora busca su difícil camino en un panorama mundial incierto, sino
que la época de las dos guerras mundiales ha dado a todas las cosas
dimensiones globales. Ya no nos encontramos en nuestra casa, en nuestro
pequeño, segmentado, rico y diverso continente. Estamos involucrados en
unos sucesos, nos amenazan unos sucesos que no se limitan a nuestra
reducida patria. Lo digo con toda seriedad, no hay ninguna alternativa. La
palabra está teñida de modo tan característico en nuestra política diaria
precisamente porque todos aquellos capaces de pensar, o de ser sinceros,
saben que no existe ninguna alternativa. Sólo un cambio en la dirección de
los procesos que ya están en marcha podrá tal vez hacer posible la
supervivencia de todos, exigiendo de nosotros esfuerzos diferentes de los
requeridos por las actividades político-económicas o de política
exterior".(7)
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La
inexistencia de alternativas no debe ser interpretada como una renuncia al
pensar o un abandono en el escepticismo. El viejo ideal del humanismo
encuentra delante suyo un problema que él mismo ha producido dejándose
guiar por el optimismo en la dominación del
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mundo
por la ciencia. El pensamiento ilustrado se encuentra ante un mundo en el
que los supuestos ideales de liberación de la miseria moral y física han
quedado desfondados porque las condiciones de posibilidad que se establecen
en el mundo tecnificado se han revelado, en las catástrofes mundiales,
inhumanas e, incluso, antihumanas. La identidad cultural de la Ilustración
viene marcada, según Gadamer, por la relación inédita que a partir del
siglo XVII aparece entre la filosofía y el ideal
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científico. Los seres humanos
en el mundo fueron conducidos a un cambio en sus relaciones al establecerse
el ideal metódico del conocimiento científico-positivo. Todo el vasto saber
humanístico, herencia de la tradición, quedaba puesto entre paréntesis, o,
cartesianamente, subordinado a la provisionalidad de lo que todavía no está
bajo control y necesita revisión: ser pasado por el filtro de lo
cuantitativo. El mundo se convierte en un taller industrial de producción
bajo el signo del progreso: la creencia en la relación automática e ingenua
entre la dominación técnica de la naturaleza y el mejoramiento moral del
hombre. La reflexión gadameriana trata la irrupción histórica del método
científico como un acontecimiento del que es preciso dar cuenta.
"En aquel tiempo se inició una nueva idea de ciencia que
encontró en aquella época su primera fundamentación teórica. Fue
especialmente la idea de método, es decir, el asegurar la vía del
conocimiento a través del ideal rector de la certeza, la que dio validez a
un nuevo concepto de unidad del saber y conocimiento que ya no se
encontraba en una conexión evidente con nuestro antiguo conocimiento del
mundo. En
realidad, fue algo monstruoso el que Descartes, en su radical consideración
dubitativa, pusiera en tela de juicio el todo de nuestro mundo comprensible
en lo que respecta a su legitimación y descubriera una última certeza en el
carácter inconmovible de la respectiva autoconciencia".(8)
La
anulación de la imagen del mundo y de su valor cognoscitivo que alimentaba
la conciencia europea desde la tradición clásico-helenista tuvo una
importancia vital en el proceso de lo que Nietzsche llamó la muerte de Dios
y del hombre. La ordenación de la naturaleza era vista como una totalidad
comprensible en la que el hombre tenía su propio lugar: la organización del
hombre por el hombre estaba dentro del cauce natural. El orden y eficacia
de esta imagen del mundo estaba fundada en la metafísica. Y esto es
precisamente lo que es puesto entre comillas en la nueva mentalidad
moderna. Se puede
decir que sólo en Europa la figura de la ciencia ha adquirido una
formación cultural autónoma, y es obvio que, como señala una y otra vez
Gadamer, el precedente remoto de esta diferenciación única en el universo
de las culturas es la diferenciación griega entre religión, filosofía, arte
y ciencia. El problema de cómo
la ciencia se ha impuesto como único conocimiento válido y eficaz (y ha
llevado a la civilización a las guerras mundiales), se ha convertido, sin
embargo, en el problema del futuro en el mundo. "Hoy ya no se trata
sólo de Europa, sino de la nueva unidad civilizadora hacia la que empieza a
desenvolverse la cultura humana en nuestro planeta. Las consecuencias del
moderno esclarecimiento científico no sólo se advierten en la prosperidad
de los países más desarrollados, sino también en el desequilibrio creciente
entre progreso económico y el social y humano. El concepto de desarrollo y
el interrogante sobre el objetivo del desarrollo, del cual carece, han
perdido su carácter equívoco"(9).
El carácter ambiguo
de la idea de progreso, y su desacreditada marcha a través de las guerras
mundiales, no son más que un signo de una decadencia cultural que desde
Europa ha adquirido dimensiones mundiales. La fuerza que constituyó la idea de
civilización occidental es, según la descripción de Hegel, la libertad para
todos los hombres. El camino de la libertad para todos constituía la razón
de la historia. Un principio que alcanzó su victoria en la revolución francesa.
La decadencia cultural es precisamente la pérdida de confianza en este
ideal constituyente. Por
primera vez en la historia se abriga la convicción de que la historia de
Occidente toca en cierto sentido a su fin. Lo que Gadamer ve con claridad meridiana
es que el desenlace de la historia occidental ha sido producido por la
victoria de la ciencia en su impacto con la imagen del mundo que
fundamentaba la idea de la libertad. El siglo XVII y la Ilustración trajo consigo un
proceso cuyo resultado sería el fin de la gran evidencia de la tradición
cristiano-humanística. Lo que se perdió es "el mito común a
todos". Pero el mito común a todos es para Gadamer "lo que se cuenta,
contado de tal modo que nadie puede dudar de ello. El mito es aquello que
se puede contar sin que nadie se le ocurra preguntar si es cierto. Es la
verdad que lo armoniza todo y en la que todos comprenden"(10).
El nuevo ideal de
ciencia que trajo consigo la Ilustración -el método y la objetividad de
conocimiento garantizada por él- saca a la ciencia del contexto vital del
saber y de la imagen del mundo nutricia de la civilización occidental de
tal manera que pone en cuestión esa misma imagen del mundo. La herencia del
saber humano transmitido por el pasado histórico que hablaba de lo que se
cree y lo que se debe esperar y es válido para todos quedó en entredicho, y
esto es algo que, en opinión de Gadamer, iba a saldarse muy caro. La unidad
de nuestra cultura en la actualidad sólo puede verse desde el punto de
vista del acaecimiento de las ciencias experimentales en la modernidad,
cuando empezó a disolverse la figura del saber general, de la filosofía.
Desde entonces se establece una tensión paralela entre la herencia de
nuestra cultura dependiente de la metafísica griega que nos forma, al mismo
tiempo que las ciencia experimentales conforman nuestro mundo y nuestra
comprensión de él. Esta tensión se hace insoportable en la medida que no
pueden conciliarse y ambas recorren su camino en paralelo. El tiempo
presente (tras el fracaso de su reconciliación en la muerte de Hegel)
parece ser la imposibilidad de pensarlas íntegramente:
"La función social de la ciencia y la posibilitación de la
técnica no es algo externo, frente a lo cual pudiera quedar reservada la
filosofía al reino de la interioridad y de la libertad racional. Es
especialmente la creciente importancia de la técnica para la formación de
la opinión y del juicio dentro de la sociedad humana lo que impide en los
límites de la orientación científica del mundo invocar la razón de la
existencia. El no poder seguir haciéndolo es la característica de nuestro
tiempo. Aún cuando la filosofía tenga que renunciar a intervenir en el
trabajo de las ciencias indicando las direcciones o hasta corrigiéndolas,
tiene que dedicarse a la vieja tarea de justificación de la vida conformada
con la ciencia. La independencia de la ciencia con respecto a la filosofía
significa, al mismo tiempo, su falta de responsabilidad; naturalmente no en
el sentido moral de la palabra, sino en el sentido de su incapacidad y
falta de necesidad de dar justificación de aquello que ella misma significa
en el todo de la existencia humana, es decir, principalmente en su
aplicación a la naturaleza y a la sociedad"(11).
Esta doble dirección
paralela tiene que ver esencialmente con la excentricidad del pensamiento
de Dilthey que representa el intento de reconciliación entre el ideal
ilustrado y el carácter originalmente histórico del hombre: la exigencia
metódica de objetividad de las ciencias experimentales en su impacto con el
pasado histórico trae consigo la problemática concepción de la conciencia
histórica. Gadamer entiende por "conciencia histórica" el
privilegio del hombre moderno de tener plenamente conciencia de la
historicidad de todo presente y de la relatividad de las opiniones. La
aparición de los términos "cosmovisión" o "imagen del
mundo" es una consecuencia y síntoma de la conciencia histórica. A
partir de la aparición de la conciencia histórica, "sería absurdo
recluirse en la ingenuidad y los límites tranquilizadores de una tradición
exclusiva: la conciencia moderna está llamada a comprender las
posibilidades de una multiplicidad de puntos de vista relativos. Tener un
sentido histórico es vencer de una manera consecuente esta ingenuidad
natural que nos haría juzgar el pasado según los parámetros considerados
evidentes en nuestra vida cotidiana, en la perspectiva de las
instituciones, de nuestros valores y de nuestras verdades adquiridas"(12). La
conciencia de la inevitable condicionalidad histórica coloca a la
investigación científica bajo la amenaza del relativismo, puesto que la
multiplicidad de cosmovisiones parece poner entre paréntesis la
incuestionabilidad del parámetro científico de "lo objetivo".
Dilthey fue el primero en darse cuenta de la imposibilidad de determinar
"lo objetivo" en las Ciencias Humanas.
No debe perderse de
vista que el dato original a partir del cual surge la conciencia histórica
es el derrumbamiento de unos ideales-comunes-a-todos que había sido
rechazado como a-metódico y prejuicioso en la Ilustración científica. En
este sentido la conciencia histórica es hija de la Ilustración. Dos siglos
más tarde a la proclamación del ideal metódico "se convirtió la
expresión concepción del mundo, en frase de moda, un verdadero plurale
tantum que expresa la relatividad de las concepciones del mundo, que en
verdad invocan la ciencia, pero que precisamente no permiten ninguna caracterización
científica. Al paso de las ideas de las concepciones del mundo correspondió
el desarrollo de la conciencia histórica"(13).
Precisamente es Dilthey el que se encargó el trabajo de fundamentar la pluralidad
de cosmovisiones a partir de la vida. Y ello trajo consigo la misma
relativización de la filosofía, al igual que el arte, la religión, en
expresiones vitales. El relativismo histórico elimina toda pretensión de la
filosofía de escaparse de la condicionalidad histórica y de presentarse
como argumento válido en lo que dice.
En contra de las
últimas investigaciones de Vattimo (14) es
posible argumentar que la preocupación que impulsaba el pensamiento de
Gadamer era debida más al intento de hacer valer la validez de la
filosofía, y de las Ciencias Humanas en general, que en proporcionar un
fundamento moral o una imagen del mundo para el mundo tardo-moderno
nihilista.
"El regreso al relativismo sólo puede proceder de un modo de
pensar que desconozca la irrevocabilidad del cambio operado en el
pensamiento con la aparición de la conciencia histórica. Por mucho que
admiremos la fuerza con que Hegel equilibró la marcha del espíritu a través
del tiempo con la lógica del pensamiento y el pensamiento de la lógica,
también para él reza: los pies de quien nos llevarán afuera ya están en el
umbral. Ciertamente para mí no fue tanto Nietzsche, cuya visión del auge
del nuevo e inquietante huésped, el nihilismo, se acredita cada día más, lo
que me desafió, sino mucho más la manera académica con que Wilhelm Dilthey
intentó dar cuenta de la filosofía y la ciencia, la historia y la
vida"(15).
La
denuncia de Gadamer de la suspensión del orden cosmológico evidente que
tuvo lugar con la irrupción de las ciencias experimentales se dirige en
primer lugar hacia al sometimiento de las ciencias filosóficas respecto a
una estricta disciplina del ideal metódico de la época moderna. Pero no se
trata de una proclamación de la imposibilidad de hacer previsible el
comportamiento humano por métodos matemáticos o estadísticos. Lo que
preocupaba a Gadamer era algo más que una contienda de métodos. La
aparición de la conciencia histórica parecía tanto un síntoma como una
reivindicación de las Ciencias Humanas que compartía sus supuestos con la
Ilustración metódica.
El relativismo y el nihilismo exigen una reflexión que haga justicia a algo
que ha sido pasado por alto. "El sentido histórico que las Ciencias
del Espíritu crean en su seno trae consigo la habituación a criterios
cambiantes que provocan la inseguridad en el uso de los propios criterios.
El historicismo, que ve en todo un condicionamiento histórico ha destruido
el sentido pragmático de los estudios históricos. Su arte refinado de la
comprensión debilita la fuerza de la valoración incondicional que sustenta
la realidad moral de la vida. Su culminación epistemológica es el
relativismo, y su consecuencia el nihilismo"(16).
Gadamer toma el
relativismo como un síntoma de una enfermedad, a la que denomina
Ilustración. Cuando el cuerpo de las ciencias reciben el virus del
ilustración metódica, de manera retardada se produce un síntoma de
enfermedad denominada "conciencia histórica" que nota una
insuficiencia. Hegel podría ser una curación si fuera verdad que el saber
se convierte en el saber absoluto y que la historia es el descubrimiento
del concepto. Pero si el dictum de la conciencia histórica es cierta,
la razón es parasitaria de la historia y dependiente de la cosmovisión. Es el intento de Dilthey de
salir de la relatividad de la posición histórica lo que hace sospechar a
Gadamer que la curación tiene que poner al descubierto la conciencia
histórica como síntoma.
"El esquema de un proceso histórico construido a
priori (Hegel) me pareció tan insatisfactorio como la neutralidad
relativista del historicismo. A mí me ocurría como a Leibniz, que aseguraba estar
de acuerdo con casi todo lo que leía. Pero a diferencia del gran pensador, esta
experiencia no me supuso un estímulo para esbozar una amplia síntesis. Más
bien empecé a preguntarme si la filosofía podía plantearse esta tarea
sintética y si no debería mantenerse abierta de modo radical al progreso de
la experiencia hermenéutica, acogiendo todo lo esclarecedor y rechazando en
lo posible el oscurecimiento de lo que está patente.. La filosofía es la
ilustración, pero la ilustración incluso contra el dogmatismo de sí misma.
(...) Vi con claridad que las formas de conciencia que habíamos heredado y
adquirido, la conciencia estética y la conciencia histórica, eran figuras
degradadas de nuestro verdadero ser histórico y que las experiencias
originarias transmitidas por el arte y la historia no podían concebirse
partiendo de ellas"(17).
Podría decirse que
Gadamer lleva, en cierto sentido, el programa diltheyano a ejecución:
llevar hasta las últimas consecuencias la conciencia histórica. Se trata de
enfrentar el ideal de objetividad que propone el discurso científico de la
Ilustración y ponerlo en conflicto con el modo en que somos de manera
fáctica seres históricos, con el modo en que se recibe la tradición y somos
efectuados por ella. Si se hace así, aparece un aporía insoluble desde el
punto de vista de la racionalidad objetiva: la historia no puede ser objeto
de conocimiento porque en primer lugar el investigador es un objeto suyo.
La conciencia histórica viene a mostrar hasta qué punto el investigador es
un resultado de la tradición que estudia. La inversión del par
sujeto-objeto hace insuficiente el planteamiento metódico de la ciencia.
Esa parece ser la única salida al relativismo epistemológico:
"Escuchar la tradición y permanecer en la tradición es sin duda el
camino de la verdad que es preciso encontrar en las Ciencias del Espíritu.
El condicionamiento histórico no es, pues, una tara del conocimiento
histórico, sino un momento de la verdad misma. Debe tenerse en cuenta
incluso cuando no se está conforme con él. Lo científico es aquí justamente
destruir la quimera de una verdad desligada del punto de vista del sujeto
cognoscente. La creencia ingenua en la objetividad del método histórico fue
una ilusión. Pero lo que viene a sustituirlo no es el insulso relativismo.
No es arbitrario ni caprichoso algo que somos nosotros mismos y podemos
escuchar el pasado"(18).
El dilema de Dilthey
en el que se formula la excentricidad de su doctrina sobre la
fundamentación de las Ciencias del Espíritu (objetivismo o relativismo) se
revela como un fantasma del ideal ilustrado. La crisis de las ciencias
europeas queda constatada con el fracaso del ideal de la Ilustración. Una
vez desacreditado el proyecto del siglo de las luces, sólo nos queda una
multiplicidad de mundos fragmentados, cuya unidad se presume quimérica e
inaccesible. Sin embargo, Gadamer cree que esto no implica la renuncia a
pensar. Hay algo en el pensamiento de Dilthey que sí merece tenerse en
cuenta: el origen vital del saber. Dilthey supuso un enfrentamiento del historicismo
contra Hegel, un intento de entender el saber desde la vida y la renuncia a
la apoteosis del concepto y de la filosofía, que resumía lo acontecido en
la síntesis última hegeliana. Para Dilthey, la vida es más originaria que
el saber, y el saber se hace parasitario y torpe cuando deja de correr por
la corriente de las venas vitales, el espíritu objetivo. La pretendida
autonomía del saber es una abstracción, esto es, un parto en el que el niño
nace muerto. El modo en que Heidegger recoge esta tendencia del pensamiento
de Dilthey es reflejado también por Gadamer. Por ello, Domingo Moratalla ha
afirmado que "este es el punto de partida de Gadamer cuando asume el
sentido en el que Heidegger utiliza el término hermenéutica de la
facticidad: se trataba se un modo nuevo de entender la temporalidad y
el acontecer historificante de lo que la tradición académica denominaba ser,
precisamente con el fin de evitar el relativismo al que puede desembocar la
reflexión de la conciencia histórica"(19). Deberá
verse más adelante de qué modo la crítica al ser como presencia puede
coincidir con la crítica collingwoodiana del ser como
permanencia-parmenídea. Para Gadamer, al igual que para Heidegger, si el
ser es entendido como mera presencia, el saber queda arruinado por la
amenaza mortal de relativismo; puesto que no somos el ser absoluto, cuyo
saber correspondería la eterna presencia; nuestro ser se confunde con el
tiempo (ser-ahí), el relativismo deja de ser un problema para ser un
pseudo-problema.
En la exposición del
problema del relativismo en Dilthey se mantuvo que la originariedad de la
vida con respecto al saber podía ser calificada de trascendental. Así el
mundo era algo que el saber ya encuentra articulado: "la vida se auto-interpreta".
Pues bien, la acusación de Gadamer con respecto a Dilthey y a la
mentalidad ilustrada es precisamente el establecimiento de la ciencia con
el olvido del mundo vital, en el que ya existe un orden. La
trascendentalidad del ego cartesiano y kantiano, se trasladaba a la
trascendentalidad del mundo del ser-ahí, hasta tal punto que el intento de
elevarse por encima del mismo -el yo trascendental de la ciencia- debe
considerarse una ilusión.
"La paradoja de la relatividad del mundo vital es que uno puede
ser consciente de ella y por ende de las fronteras del propio mundo vital,
pero jamás puede rebasarlas. Nuestra historia está hecha de modelos
inalcanzables de posibles conocimientos, dados por anticipado a toda
objetividad de la percepción o al comportamiento, y esto significa que
hablar aquí de sujeto puro, aunque sea en el polo del Yo del ego
trascendental, pierde todo sentido. La relatividad del mundo vital no es,
por tanto, una frontera de la objetividad, sino más bien una condición
positiva para la clase de objetividad accesible en el horizonte del mundo
vital"(20).
Dilthey intentó dar
cuenta de la objetividad de las Ciencias del Espíritu admitiendo
implícitamente una suposición que le impedía desligarse del relativismo:
nunca dejó de considerar el mundo vital como un obstáculo para la
investigación del espíritu objetivo. Que el ser debe medirse con la
temporalidad significa que hay de manera anticipada un universo histórico
-una intencionalidad anónima- que ha constituido el mundo y determina la
conciencia. Gadamer defiende en Verdad y Método la postura del
Conde York de Wartenbury como un hallazgo que precedió al descubrimiento
del dasein heideggeriano. Para el Conde York "la estructura de
la vitalidad consiste en analizar, afirmarse a sí mismo como unidad en la
partición y articulación de sí. Ahora bien, nuestro pensamiento se mueve en el
terreno de los resultados de la conciencia, la lograda dirección en aquel
presupuesto. Los resultados sólo son resultados en cuanto son separados y
se dejan separar. La filosofía tiene que repetir en dirección inversa el
experimento de la vida con el fin de conocer las relaciones que condicionan
los resultados de la vida"(21). Y esto no es más que el reconocimiento de las propias
fronteras.
El
grandioso esfuerzo hegeliano del concepto debe ser rechazado. Es verdad que
la oferta de pensar el ser como espíritu revelaba, de modo hasta entonces nunca
visto, la historicidad inherente al espíritu, pero el fracaso de Hegel -el
fracaso en la autotranspariencia final del espíritu en la filosofía- no
pudo tener más consecuencias que el historicismo y el relativismo. Heidegger viene a rectificar
a Dilthey en tanto elimina el supuesto de que la esencia deba ser pensada
como autoconciencia, y el saber como método. La hermenéutica de la
facticidad significa propiamente que la existencia debe pensarse como
realización de la comprensión, que la comprensión tiene carácter
ontológico. Pero el proyecto de Ser y Tiempo de fundamentar la
temporalidad del ser-ahí humano que parecía estar en condiciones de
abarcar todo carácter temporal se encontró con un escollo:
"el ser que constituye el propio ser-ahí no es, a su vez, una
condición trascendental de la posibilidad del ser-ahí"(22).
El conocimiento se
halla incardinado históricamente, de manera que el carácter trascendental
de la facticidad impide -en tanto que facticidad desfondada- salir del
condicionamiento histórico. La facticidad del ser-ahí, por tanto, debe
erigirse como nota trascendental y constituye, a juicio de Gadamer, la
posibilidad de desembarazarse del relativismo del mismo modo que desaparece
un nudo en una cuerda. La aporía objetivismo-relativismo es una falsa
aporía. El ideal metódico de la ciencia pretende exonerarse de la
relatividad trascendental del ser-ahí, dejando lo que no puede controlar o
medir a la consideración escéptica del subjetivismo o la opinión. Pero la
ciencia está utilizando dogmáticamente los conceptos de racionalidad o
validez, y haciendo imposible un saber sobre los asuntos humanos o la misma
filosofía. El
carácter trascendental y no-fundado del mundo vital es, propiamente, el descubrimiento
de la cuestión hermenéutica fundamental. La hermenéutica no es más que
"tomar conciencia de lo que ocurre realmente cuando algo se ofrece a
la comprensión de alguien, y cuando ese alguien lo comprende"(23). El comprender debe
pensarse menos como una acción de la subjetividad ante un objeto que como
un acontecimiento dentro de una intencionalidad anónima a la que se
pertenece. Es de este modo como la evidente relatividad de la
condicionalidad vital no amenaza la validez del conocimiento de las cosas
humanas. El mundo
vital es, desde la pérdida del mundo común humanístico-cristiano,
inevitablemente plural. La vocación hermenéutica consiste precisamente en el
intento de traducción entre mundos y en promocionar lo común de ellos.
parnau@pie.xtec.es
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(1) R. R.
SULLIVAN, Political Hermeneutics. The Early Thought of Hans-Georg
Gadamer, The Pennsylvania State University Press, University Park 1989,
p. 4.
(2) Gadamer on Gadamer
[originalmente en "Frankfurter Allgemaine (1989)], en Gadamer and
Hermeneutics. Science, Culture, Literature, H. J. Silverman (ed.), Routledge,
Londres 1991, pp. 16-7.
(3) Puede verse en el capítulo Ética,
phronesis y la idea de bien del libro de Sullivan cómo una de
las ambiciones intelectuales de Gadamer era reconocer cuál era nuestra
posibilidad de comprender en el presente los conceptos éticos de los
griegos tal como nos ha llegado en la escritura (Cfr. R. R. SULLIVAN, Political
Hermeneutics. The Early Thought of Hans-Georg Gadamer, pp. 119-137).
(4) Gadamer on Gadamer, en Gadamer
and Hermeneutics, H. J. Silverman (ed.), p. 19.
(5) Autopresentación de
Hans-Georg Gadamer [originalmente en L. J. Pongratz (ed.), Philosophie
in Selbstarstellungen III, Hamburgo 1977, pp. 59-100], en Verdad y
Método II, Sígueme, Salamanca 1992, p. 380.
(6) La misión de la filosofía
[originalmente Die Aufgabe der Philosophie, en "Neue Zürcher
Zeitung" (4-II-1983)], en La herencia de Europa. Ensayos, E.
Lledó (pres.), Península, Barcelona 1990, pp. 152-3.
(7) La diversidad de Europa.
Herencia y futuro [originalmente Die Vielfalt Europas - Erbe und
Zukenft, separata de la fundación Robert Bosch, Stuttgart 1985], en La
herencia de Europa, p. 21.
(8) Filosofía o teoría de la
ciencia [originalmente Philosophie der Wissenschaftenstheorie?,
en H. Holzhey (comp.), Interdisziplinär, Interdisziplinäre Arbeit
und Wissenschaftstheorie, Basilea-Stuttgart 1974, pp. 89-104], en La
razón en la época de la ciencia, E. Garzón Valdés (trad.), Alfa
Argentina, Barcelona 1981, pp. 99-100.
(9) El futuro de las ciencias
filosóficas europeas [originalmente Die Zukunft der Europaïschen
Geisteswissenschaften, en F. König y K. Raher (comp.), Europa-Horizonte
der Hoffnung, Graz-Viena-Colonia 1983, pp. 243-61], en La herencia
de Europa, p. 51.
(10) ¿El fin del arte? Desde la
teoría de Hegel sobre el carácter del pasado del arte hasta el antiarte de la
actualidad [originalmente Ende der Kunst?, en H. Friedrich
(comp.), Ender der Kunt -Zukunft der Kunst, Munich-Berlín 1985, pp.
16-33], en La herencia de Europa, p. 69. En otro lugar Gadamer
especifica que "también la primitiva historia mítica de una ciudad, de
una tribu o de un héroe desemboca, como execración o como bendición, en el
orden común de la celebración cultual, en la que todos se saben implicados.
(...) En general, se puede afirmar que la importancia de lo narrado acalla
cualquier pregunta por la autenticidad y credibilidad del relato. Aquello
sobre lo que se narra adquiere en la narración una especie de
reconocimiento que va más allá de los detalles concretos que puedan
aducirse al respecto. La validez del relato mítico en general puede aplicarse
también a la cristalización de las leyendas de los pueblos épicos como los
de Homero. Aquí no está en juego la fe, sino el reconocimiento y la
actualización rememorante de una certidumbre sobrecogedora" (Mito y
Ciencia, pp. 20-1).
(11) Filosofía o teoría de la
ciencia, en La razón en la época de la ciencia, p. 104.
(12) El problema de la
conciencia histórica, pp. 42-3.
(13) Filosofía o teoría de la
ciencia, en La razón en la época de la ciencia, pp. 102-3.
(14) Cfr. El fin de la
modernidad. Nihilismo y hermenéutica en la cultura postmoderna, Gedisa,
Barcelona 1995; Más allá del sujeto. Nietzsche, Heidegger y la
hermenéutica, Paidós, Barcelona 1992; Ética de la interpretación,
Paidós, Barcelona 1991.
(15) La misión de la filosofía,
en La herencia de Europa, p. 21.
(16) La verdad en las ciencias
del espíritu [conferencia dada en la sesión anual de Deutsche
Forschungsgemeinshaft en Bremen, 1953; primera edición en "Deusche
Universitätszeitung" 9 (1954), pp. 6-8], en Verdad y Método II,
p. 44.
(17) Autopresentación de
Hans-Georg Gadamer, en Verdad y Método II, pp. 387, 390.
(18) La verdad en las ciencias
del espíritu, en Verdad y Método II, p. 46.
(19) A. DOMINGO MORATALLA, El
arte de poder no tener razón. La hermenéutica dialógica de H. G. Gadamer,
Publicaciones de la Universidad Pontificia, Salamanca 1991, p. 44.
(20) Ciudadanos de dos mundos
[originalmente Bürger zweier Welten, en K. Michalsky (comp.), Der
Mensch in der Modernen Wissenschaften, Conversaciones en Castelgandolfo
(1983), Stuttgart 1985, pp. 185-199], en La herencia de Europa, p.
109.
(21) Verdad y Método,
Sígueme, Salamanca 1991, p. 317-8.
(22) Ser Espíritu Dios
[orig. Sein Geist Gott, conferencia pronunciada en el acto
conmemorativo en honor a M. Heidegger en Friburgo el 16 de diciembre de
1976, y recogida en W. Marz (ed.), Heidegger, Freiburger
Universitätsvorträge zu seinen Gedenken I, Alber, Friburgo 1977, pp.
43-62], en "Diario Filosófico" (1993), p. 170.
(23) Poema y diálogo.
Reflexiones en torno a una selección de textos de Ernst Meister
[originalmente Gedich und Gespräch, en "Lyrick-Erlebnis und
Kritik", Frankfurt 1988, pp. 314-26], en Poema y diálogo. Ensayos
sobre los poetas alemanes más significativos del siglo XX, Gedisa,
Barcelona 1993, p. 144.
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